NO se puede imaginar la ministra de Sanidad (y el resto del Ejecutivo que, supongo, no será todo el mérito suyo) lo agradecido que estoy por haber aprobado la denominada Ley Antitabaco.
Como soy un sinfundamento (ya lo decía mi madre: ¡ay hijo mío, dónde llegarías si no fueras imbécil!) y tengo menos voluntad que un yonqui en una farmacia, no puedo por menos que agradecer que, con normativa tan drástica, se me niegue la posibilidad de acudir a un bar donde poder echarme una cerveza y un pitillo, arrebatándome el perverso deleite de media tarde y alguna que otra noche dicharachera.
Entiendo que ésta es una primera fase de la prohibición que vendrá después, impidiendo fumar en cualquier sitio público (calles y plazas incluidas) ya que, los que tenemos el nefando hábito de humearnos, somos los responsables del calentamiento del planeta.
El poder destructivo de nuestra impresentable adicción supera con creces el peligro de alcohólicos impenitentes (y penitentes), consumidores de crack e incluso de las actividades de grupos terroristas y mafiosos y es por ello que agradecemos que este estado terapéutico que tanto nos apadrina nos abra los ojos para que dejemos de ensuciarnos los pulmones con el tabaco. Por nuestro bien, que somos unos ignorantes.
Pero lo que de verdad me ha llenado de gozo es el llamamiento de la señora ministra para que denunciemos a quien incumple la ley. La eminente señora posee la capacidad de evaluar el riesgo y la peligrosidad social de pillarle a alguien atufando un garito, una marquesina o los alrededores de un parque o recinto hospitalario para solicitar la ayuda ciudadana y nos transforme a todos en guardianes de la ley. Se trata de convertirnos a todos en delincuentes o policías.
Quizá tenga en mente distribuir en un futuro no muy lejano un kit de salvamento medioambiental con porra eléctrica, aerosol de pimienta o unas bonitas esposas. Nada de menospreciar la gravedad de la infracción: al primer aviso se le reduce y traslada a un centro desintoxicador y al siguiente se le pega un tiro en la rodilla. Es por su bien, deberían entenderlo.
Este edificante Estado policial se podría ir ampliando en otros aspectos de la vida que, sin llegar a la temeridad de encenderse un cigarrillo en un lugar inadecuado, mejorarían nuestra condición ciudadana: hipotecas abusivas, inversiones torticeras, fraude fiscal y notarial, corruptelas políticas y financieras, contrabando de armas y personas, contaminación medioambiental, apaños monopolísticos...
Seguro que de aquí a un tiempo hasta los más pertinaces fumadores agradecemos a la salutocracia la calidad de nuestros cuerpos. Bastará un crudo invierno para recoger los sonrientes cadáveres de los inquebrantables fumetas congelados. Entre el frío que vamos a chupar y los conservantes que nos ponen en la comida vamos a tener unos difuntos que no van a necesitar embalsamamiento para resultar eternos.
Juan Torrens Alzu
Respuesta a "La pregunta a los lectores"