Se ha padecido un enorme caos en el tráfico aéreo que ha causado graves perjuicios a la sociedad. Ante ello se decretó el estado de alarma. Pero recuperada una cierta normalidad en el tráfico, late sobre el cuerpo social el temor a que los problemas de fondo no estén resueltos. Con la información de que dispone un ciudadano al que gusta de informado, pienso que muchos controladores han cometido un grave error. Sobre la gestación de la crisis y su gestión parece que hay una carrera por ponerle una fecha más lejana: ya 1981 se queda corto.

En la Administración y en las empresas públicas hay funcionarios y empleados de diversas cualificaciones y de las más diversas retribuciones. Pensemos que un licenciado, funcionario tras una oposición, después de alcanzar el nivel máximo en una administración y más de 30 años de carrera hablando cinco idiomas puede cobrar a lo mejor la quinta parte que un controlador. O que en una empresa privada un contratado temporal -también licenciado- puede cobrar 50.000 veces menos que lo que cobra el presidente, por cierto con la misma licenciatura. O pensemos en trabajadores en situaciones de trabajo durísimas por el tipo de trabajo o por factores de riesgo.

Hoy se habla de evitar la impunidad de la disparatada actuación de muchos controladores. Pero no se ha abierto el melón de la impunidad con que malos gestores llevan empresas a la quiebra con operaciones más o menos sofisticadas o sencillas de "ingeniería o albañilería financiera". Todos trabajamos juntos, cada cual haciendo lo que sabe y consigue poder hacer. Y los que arruinan la vida de otros no suelen ver arruinada la propia. Y eso es muchísimo más grave de fondo que lo que ha sucedido, que no es poco.

A mí me es más fácil entender cómo se fija el precio de un vino del año de dos euros que el de un vino de 600 euros. He tomado alguno de los primeros que se han grabado para siempre en mi memoria y los segundos pienso que malos no tienen por qué estar, pero cualquier conocedor sabe que lo que alguien pague por ellos es un intangible que nada tiene que ver con la razonable relación calidad/precio. Recuerdo comprando fruta con un exiliado en París que tenía una maravillosa calculadora mental para traducir el precio de cualquier producto a número de horas suyas de trabajo y ahí decidía si podía o no podía y si le compensaba o no.

Estamos perdiendo la noción del valor de las cosas, del valor del trabajo humano, del valor de los inmuebles, del valor de los servicios? del valor económicamente sostenible de todo, incurriendo en disparatadas sobreponderaciones e infravaloraciones. Es un modo adecuadísimo para estrellarse -¡más!- y para legar a los que vengan detrás un futuro peor. ¿Cuánto merecería el descubridor de la vacuna de la malaria, cuyos derechos, por cierto, donó?

Refugiado y enterrado en Coilloure, decía Machado que "costumbre es de necio confundir valor con precio".

Carlos Matellanes