El bloqueo informativo que padece la zona de El Aaiún hace imposible valorar en su justa medida lo que está pasando, aunque esta situación de parcialidad no es del todo novedosa. Si continuamos ignorando el problema social de fondo que se nos plantea, incluso una hipotética independencia nacería prácticamente muerta, corremos un riesgo de gangrena política que tarde o temprano se volverá contra nosotros.

En esta ocasión el tiempo no es un aliado, sino todo lo contrario. El Sáhara Occidental está sobre un inmenso polvorín que comienza a ser capitalizado por el islamismo radical. No podemos ignorar que el fortalecimiento de Al Qaeda en el Sahel es una realidad. La desesperación acaba convirtiéndose en la espoleta que inicia un proceso de radicalización. Lo hemos visto en Palestina, en sus campos de refugiados y en sus economías sin futuro, en su miseria y en su continua realidad violenta. Marruecos, Argelia o Túnez son nuestros estados tapón predilectos para impedir que el islamismo llegue a orillas del Mediterráneo, les hemos confiado nuestra tranquilidad, aunque con un resultado desigual. Cualquier desarraigo colectivo en esas latitudes puede costar caro.

Una sociedad escindida en el Magreb, abiertamente enfrentada y convulsa, puede convertirse en un blanco fácil para el extremismo. Las condiciones para que suceda ya están creadas. Abordemos las necesidades concretas de estos jóvenes alzados, una prioridad de primer orden que debemos reconducir antes de que sea demasiado tarde.