El resultado de las elecciones dominicales catalanas parece escrito en lo sustancial. Los sondeos son unánimes en predecir que CiU será la fuerza más votada y parece más que probable que accederá a la Generalitat relevando a un tripartito del que todos sus socios reniegan. Tal vez por concurrir esa certidumbre, el debate en la opinión tanto pública como publicada, en Catalunya y fuera, se ha centrado en buena medida más en las formas que el fondo, con los spots audiovisuales como objeto de estudio. De un análisis como un mínimo de rigor cabe concluir que las elecciones catalanas están ratificando con toda nitidez una tendencia ya observada en el pasado reciente consistente en que lo que se podría denominar como demoscracia está sustituyendo a la democracia. En el sentido de que la demoscopia, como un elemento esencial de la mercadotecnia, ha engullido a la política, a los programas para transformar la sociedad a mejor, que en principio debiera ser el objetivo de los partidos. Una perversión cierta del sistema representativo, pues de hecho el ideario y el estilo políticos están sometidos al poder de las encuestas. Prueba de ello es por ejemplo el anuncio del PSC, que para llamar la atención de su potencial electorado presenta a una mujer experimentando un orgasmo al introducir su papeleta en las urnas, una contradicción con la apuesta socialista por la igualdad y también con el tono vital del propio candidato Montilla. Lamentablemente, los sondeos también han suplantado la vida interna de los partidos en la toma de decisiones, sólo así se explica que las direcciones designen a verdaderos paracaidistas como candidatos, llegando además a renunciar en las campañas electorales a los valores básicos que caracterizaron la legislatura que los ciudadanos van a evaluar en las urnas. Esta búsqueda del impacto tan rápido como simple ha llevado al marketing político a olvidar que al elector le engancha la confianza en una sigla y en unos candidatos que mejoren a la marca encarnando el programa desde los valores añadidos de la autenticidad, de la formación y del esfuerzo como claves para forjar un liderazgo. Nada de eso se está primando en Catalunya, que ha asistido a una guerra de ocurrencias en formato spot para descrédito de una clase política que se enfrenta a una eventual abstención del 50%.