NADA más dar comienzo el golpe de Estado de 1936, las fuerzas insurgentes procedieron a limpiar las zonas de retaguardia que habían caído en su poder. Las medidas fueron rápidas, expeditivas y, todavía, rudimentarias hasta que el acto de rebelión derivó en una guerra civil. Desde el impulso de la Ley de Memoria Histórica (2006) el reflejo del interés sobre la represión en el cine ha ido en aumento. Las trece rosas (2007), La buena nueva (2008) o Los girasoles ciegos (2008) son una muestra de esto. Pero aún quedan muchos aspectos que revelar sobre el alcance y naturaleza de esta represión.
En Euskadi, tras el inclemente bombardeo de Gernika, las tropas nacionales de Mola ocuparon Bilbao en julio de 1937. A partir de ahí, dieron comienzo las detenciones y la represión en el territorio vasco. Izarren Argiak o Estrellas que alcanzar (2010) es una producción vasca, rodada en euskera, que retrata la vida de las mujeres internadas en la cárcel de Saturraran, antiguo balneario situado en la costa vizcaína, no lejos de Ondarroa. Una de las primeras críticas vertidas contra la película es que el uso del euskera "resta credibilidad histórica". Dudo mucho de que nadie plantease esa cuestión en películas sobre la antigua Roma. ¿Alguien exige que se ruede en latín? El cine no puede verse sólo como una reconstrucción exacta del pasado, porque no lo es.
Por el contrario, la decisión de que el euskera inunde la pantalla es un acierto. Mucho tiene de simbolismo democrático teniendo en cuenta que fue prohibido, no oficialmente, pero sí reprimido socialmente por el franquismo. Ironías de la historia, y ahí está la sugerencia del cine, podemos retratar esa etapa desde la pluralidad y libertad democráticas. Otra cuestión que reseñar es el punto de vista utilizado. Mikel Rueda, un joven cineasta, decidió recrear la vida en la prisión desde un punto de vista claustrofóbico, tal y como pudieran vivirlo las internas, de ahí que el primer plano sea utilizado con cierto exceso recurrente. Cabe criticar una reiteración de fuertes tormentas para componer un cuadro más trágico, cuando, por ejemplo, las mujeres entierran al bebé de una de ellas y deciden despedirse de él cantando mientras que la monja más dura les grita exasperada y con cierto histrionismo que se callen. Para ellas, supone una cierta victoria moral. La otra tormenta se produce cuando Victoria, la protagonista, descubre la verdad sobre su hijo, cuando acuden al pueblo a celebrar el Corpus Christi.
El filme descansa en la fuerza emotiva de la historia, en un marco cruel y desolador, en el que las monjas mercedarias, guardianas de las desdichadas reclusas, cumplen con las directrices marcadas por el catolicismo más integrista y la actitud más retrógrada. El grave delito que han cometido las internas ha sido militar en alguna formación de izquierdas, en ser mujeres de republicanos (o rojos) o bien por su profesión, como en el caso de Victoria, que es maestra. Aspectos que nos ofrecen unas pinceladas sobre los miedos de los que partió la violencia franquista.
Las mujeres no sólo tienen que sufrir el vivir hacinadas, padecer unas terribles condiciones alimentarias, ser despreciadas por su condición de presas políticas, en el uso arbitrario del término, sino además la naturaleza mezquina de un régimen que no las creía dignas de educar a sus hijos. Sin duda, un tema poco conocido es que, siguiendo las teorías del doctor Vallejo Nájera, los comunistas tenían un germen malo y, por ello, las madres podían hacerlo extensible a sus retoños. De ahí que, de manera artera, la madre superiora les quite de las manos a sus hijos y los dé en adopción a familias afines al régimen.
Angustia, dolor, incertidumbre, una lucha constante por sostener su dignidad, socavada por la actitud sibilina de las monjas (no de todas, las buenas que se sensibilizan con el sufrimiento y el trato injusto dado a las presas), castigos inhumanos, como el de ser sumergidas en un pozo, se van sumando a una radiografía descarnada de este pasado. El drama humano se sustenta sobre la apoyatura de unos dramas individuales que, tal vez, no estén del todo conseguidos, pero que tampoco dejan indiferente. Y que desembocan en una escena, como desenlace inevitable, de tristeza y dolor. Las presas, en un acto de valentía, se rebelan contra sus carceleras cuando viene una comisión de la Cruz Roja para saber sobre su situación. Ellas quieren hacerles llegar unas cartas en las que expresan sus desdichas y para eso se encierran en el lóbrego comedor. La escena tiene un triste desenlace pero expresa, conmovedoramente, la única manera que les queda para encararse contra un sistema injusto y despiadado.
Cualquier lectura que hagamos sobre estos hechos, cualquier revisión o acercamiento que nos revela el carácter brutal de la condición humana es importante para ayudarnos a un aprendizaje colectivo. Además, nos recuerda que los conflictos de este pasado siglo XX han venido marcados por la violencia desatada contra la población civil, causando más bajas que las causadas por el frente de batalla, incluso. Y que el trato vejatorio de las personas, la merma de su dignidad, no proviene sino más que de mentes mezquinas. Como dicen los actores de la película no hay que irse tan lejos para encontrar estos ejemplos porque los tenemos bien cerca. Es cierto que, a modo de conclusión, el filme no acaba de cerrarse por completo. Emociona y se sostiene por una buena premisa argumental y unas conmovedoras actrices, dándonos la impresión de que, en ocasiones, avance con hiladas sueltas. Pero, en todo caso, ahondar en la memoria es necesario, un ejercicio de responsabilidad social y de alcance humano.