EL respeto es una virtud curiosa. Debería ser la más humana de todas, por aquello de aspirar a obtener de los demás esa misma consideración que tendríamos que ofrecerles. Pero el ser humano es contradictorio y, por ser claros, gilipollas. Les conté aquí una vez una escena en una sala de espera de Osakidetza entre una vtv enlacada, empielada y, sí, gilipollas y dos chicas de religión musulmana, desconozco de qué de origen, pero bastante más educadas. Lo que no pensé que vería, inocente que es una, es a una joven -no sé si menor, pero no andaba lejos de los 18- con apariencia de no proceder de una familia aborigen peninsular pese a manejar el catálogo de insultos del castellano antiguo con asombrosa soltura, llamando a otra mujer "sudaca de mierda". Y no lo pensé porque en mi estupidez e ingenuidad quería adivinar un poco más de humanidad e inteligencia, o por lo menos ciertas dosis de empatía entre personas que probablemente se enfrentan a los mismos problemas por tener un origen inmigrante. Por lo demás, la reacción totalmente fuera de control y de medida de la chica fue exactamente la misma que podría haber tenido cualquier analfabeto lugareño, lo que supongo dice mucho en favor de su integración (la estupidez no conoce de nacionalidad ni raza). Y esto no va, como pretenden algunos, de buenismo y progresía de salón. Va de simple humanidad. Y el que no lo quiera ver y sea feliz cagándose en la procedencia de otro ser humano, adjudicando a ese origen todos los males, con su pan se lo coma. Tiene que ser muy jodido vivir siempre cabreado.