DEBEN saber, señores, que una gran cantidad de cartas que se reciben en esta redacción van a la papelera, sea ésta real o virtual, en una nítida prueba de que existe la relación causa-efecto: tan pronto como llegan, desaparecen. Y ocurre esto porque los grupos de presión de la derecha, sobre todo de la derecha más rancia y más antigua, la que no ha querido quitarse la pátina franquista, la que pretende que regresemos a los gloriosos tiempos de la sacrosanta unidad entre el dictador y la Iglesia, la que no quiere saber nada de los miles de muertos anónimos que pueblas las cunetas de España, esa cuadrilla desperdigada por los cuatro puntos cardinales de la Península Ibérica, inunda las redacciones de todos los periódicos que conocen con reflexiones inanes sobre el crimen imperdonable del aborto (mujeres asesinas, ¡a la hoguera!), la inviolable unidad de España (siempre una, grande y libre), esa escoria de la inmigración que, además de invadirnos, nos roba el trabajo y zarandajas por el estilo ante las que sólo cabría saludar con el brazo extendido, la palma de la mano bien estirada y entonando el Cara al sol, esa canción que Fraga se sabe tan bien. Entre tanta morralla a veces llega un escrito que ni es carta ni es reflexión ni es nada: sólo una petición de ayuda, y no me resisto a echar una mano. Ana Duque escribe desde Madrid con la intención de localizar a Santi, un chico de Barcelona que vive en Vitoria, a quien conoció en el reciente festival Ebrovisión en Miranda. Adjunta dirección de cibercorreo. Razón, un servidor, alcahuete sin querer.
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