Fue allá en los años cuarenta y cincuenta cuando harían su aparición en los recintos feriales aquellos personajes legendarios que bautizaríamos con el nombre de charlatanes, y lo cierto es que no se lo merecían, porque verdaderamente eran geniales. Sin haber terminado de describir el reloj que te querían vender, interrumpían su explicación para, con mucho énfasis, decir "¡Las plumas luego, caballero!", sin que nadie se hubiera interesado por ellas. ¿Dónde hubieran llegado estos genios de la dialéctica de haberse dedicado a la política?
Hoy, gracias al desarrollo de los medios de comunicación, lo que conocemos por marketing ha hecho posible vender pulmonías, y así nos encontramos con tentadoras ofertas, como la que hacen ahora algunas compañías por vía telefónica. Esgrimen una audacia fuera de lo común, atreviéndose a decir: "sea el precio que sea el que usted esté pagando, nosotros le cobramos la mitad", es decir, están ofreciendo auténticas gangas, pero que a la hora de la verdad pueden resultar mucho más caras.
Un ricachón mentecato, ahorrador empedernido, por comprar jamón barato lo llevó medio podrido, le produjo indigestión y, entre botica y galeno, gastaría mucho más que por no comprar jamón bueno. Apliquémonos el cuento, no hagamos caso a las gangas y recordemos a nuestros mayores, que decían que nadie daba duros a cuatro pesetas.
Ojo con el más barato todavía, normalmente suelen ser malas ofertas y suele ser tarde cuando nos queremos arrepentir. Una garantía y un buen servicio han de tener su precio, y otra cosa es que nos queramos divertir, como hacíamos comprándoles a aquellos vendedores geniales que cito al comienzo de mi comentario, que lo mismo te ofrecían un reloj, una pluma o un peine, pero eran muy honestos, puesto que tampoco te prometían ninguna garantía.