andan revueltas las aguas subterráneas de la Iglesia de base, si es que alguna vez han dejado de estarlo, hasta el punto de que algunos muros sagrados parecen notar temblores por los movimientos sísmicos de fondo, aunque las cúpulas se guardarán muy mucho -como lo vienen haciendo durante siglos- de perder la compostura. Cuando no son los escándalos sexuales que azotan las conciencias, es la inquisitorial condena al silenciamiento de frailes como Joxe Arregi. Las tensiones de los franciscanos con la cúpula purpurada datan desde Guillermo de Ockham en el siglo XIV, pero siempre han sobrellevado la dialéctica entre la disidencia osada y la obediencia debida y se ha lidiado entre sutilezas y con disciplinada discreción. Pero en los vientos de sur no se andan con tantos matices. Las fiestas de la localidad valenciana de Ròtova acabaron el pasado fin de semana a hostias, tanto en el sentido figurado como literal. Durante la eucaristía patronal de la Divina Aurora, Rubén Costa, miembro de la comisión de fiestas, se acercó al altar para comulgar y al recoger la sagrada forma de manos del párroco Víctor Jimeno la partió delante de él. En ese momento el cura preconciliar le propinó una sonora bofetada al festero, quien le devolvió el golpe, liándose ambos en un forcejeo que terminó con la expulsión del joven de la iglesia con una patada en el trasero al grito de "¡blasfemo!", según relata la prensa local. No todos los pulsos eclesiales son tan soterrados e intelectuales como los que libran los franciscanos.
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