Lo decía el presidente de Estados Unidos hace unos meses ante los gurús de Wall Street al presentar el plan de la Casa Blanca de reforma de los mercados financieros: "Es esencial que aprendamos de esta crisis para que no se repita". Y es que no debemos olvidar que fue la banca quien causó la actual coyuntura económica. En un contexto determinado, pero la banca. Existía una burbuja apoyada en la pésima práctica crediticia y esa burbuja estalló y originó una grave crisis financiera. Tras la quiebra de Lehman Brothers, la crisis rompió las costuras del sector financiero y contaminó toda la economía. Y de un modo preocupante, esas mutaciones no han terminado. De hecho, el FMI alertaba recientemente de una tercera oleada, causada por la explosión de la deuda con que los gobiernos han estabilizado la banca y la economía.

Visto lo visto, ahora todas las alarmas están encendidas. Vuelve el miedo porque el potencial de esta crisis fiscal es muy peligroso, puede barrer la costosa estabilización del sistema y, en última instancia, puede devolver a la economía global de nuevo al lodazal de la recesión. El FMI puso ya hace tiempo encima de la mesa una pregunta fundamental: qué pasaría por ejemplo si los precios del sector inmobiliario siguieran bajando a gran velocidad y el paro se disparase mucho más allá del 20%. Pues que los bancos necesitarían por lo menos 5.000 millones de euros y las cajas 17.000. No es la única voz. Otra, la podíamos leer hace unos días en el periódico italiano Il Sole 24 ore. El rotativo advertía: "Los bancos españoles están sentados sobre una potencial burbuja especulativa que podría estallar de un momento a otro", refiriéndose al sector de la energía renovable, que en 2009 ha contribuido con 12.000 millones de euros a la formación del 1% del PIB español y que en los últimos años ha sido costeado por el sector bancario, con créditos indiscriminados.

Con este escenario de fondo, puede que la política sea el arte de lo posible, pero estamos cerca de necesitar de la política lo que hace apenas semanas parecía imposible. Es verdad que las agencias de riesgo no supieron anticipar la crisis, pero paradójicamente son decisivas en los mercados y éstos no dan tregua a España ni a su deuda. Entonces, ¿qué no estamos haciendo para convencer a los mercados? ¿Son suficientes las medidas puestas en marcha?

Por ahora, el recorte del gasto social ha sido duramente contestado dentro de España pero aplaudido por los mercados, que ahora claman una reforma laboral. Algo que ha llegado pese a la falta de acuerdo de los agentes sociales y la indecisión del Gobierno. (...) Y estas actitudes dubitativas no ayudan. Y lo más grave, hacen que los inversores se acostumbren a los mensajes contradictorios nada alentadores para atraer capital.

Si hacemos una retrospectiva, comprobaremos que las cuentas públicas en España han pasado de un superávit en 2007 del 1,9% a un déficit del 11,2% en 2009. Un desajuste que obliga a redoblar los esfuerzos. Hoy nuestro país es la tercera economía del mundo con más deuda, por detrás de Reino Unido y Japón. El año pasado la deuda pública representaba un 53,2% del PIB, ahora casi toca el 60%. El límite que fija el Pacto de Estabilidad y con muchas posibilidades de llegar al 70% u 80%, lo que podría provocar un expediente por parte de la Unión Europea. Peor imposible. Todos los indicadores lo piden: hay que tomar más medidas y el tiempo apremia. El próximo 18 de junio, el Tesoro deberá devolver más de 8.180 millones en forma de intereses. ¿Podrá nuestro país hacer frente a ese escenario?

Lo decía Obama hace unos meses ante los gurús de Wall Street: "Es esencial que aprendamos de esta crisis para que no se repita". Y es que mientras el alto endeudamiento de los estados se presenta como el culpable de todos los males que aquejan a la economía europea, no podemos olvidar que la crisis, primero financiera y después económica, tuvo su origen en un desmesurado apalancamiento de empresas y familias al calor de una relajada política monetaria que permitió la escalada del sector inmobiliario, que dio paso a una burbuja que terminó explotando y acentuando una crisis que ya estaba latente.

Después de la reforma laboral, el Ejecutivo tiene que llegar mucho más lejos también en la reducción del gasto público y acometer reformas profundas por impopulares que sean para ahuyentar los riesgos. Pero como decía Harold Wilson, en política, dependiendo de los actores, una semana puede equivaler a un siglo.