está visto que el ex presidente José María Aznar es un elegante redomado con afición a la expresión fálica, o eso. Marca tendencia. Es posible que la próxima temporada su gesto sublime de hombre de Estado se lleve mucho. Claro que si se lo haces a un magistrado o a un policía te empapelan, y si se lo haces a alguno de los matones que les rodean, te darán una paliza en el callejón trasero de este ruinoso cabaret La Nada en el que estamos todos, a ratos en el escenario, a ratos en el patio de butacas.
Hace un par de años, le metió a una periodista un bolígrafo entre los pechos porque no le gustaron las preguntas que le hacía. Muy elegante, sí señor, mucho. Si se lo hubiesen hecho a su botella, habría habido jarana, eso seguro. La nuestra es siempre una santa, intocable, por nuestra.
Los estudiantes de la Universidad de Oviedo le organizaron al figurón una protesta sutil, cómica y efectiva, que no se está contando bien. La idea de disfrazarse de lobitos peperos para tocarle las narices cada pocos minutos al predicador es genial. Una vez disfrazados, convenientemente engominados, de cazadores urbanos, de gentlemen farmer o de El Bigotes no se puede distinguir quién lleva el pañuelo palestino o la chompa andina o nada, los harapos de fortuna... Gomina.
Estamos hablando de un estilo de vida que personifica en su conjunto la trama Gürtel, la que se ha empeñado en sacarle el dedo a la justicia, aunque no a la magistratura complaciente con el dedo dichoso. El que puede, exhibe su dedo, aunque no haya dedo que revuelva hasta el último nudo de esa espesa madeja.
El dedo inhiesto es un gesto de poderío torero, propio de los que están acostumbrados a torearse a todo el que pueden por principio, como se toreó el PP de Aznar al país mintiendo con la crisis del Prestige. Lo malo de estos hechos es que resultan escandalosos cuando se producen y tres días después quedan reducidos a la categoría de anécdota, como dijo con desparpajo Mariano Rajoy después de haber perdido a los puntos, como gran fajador, el debate en el Congreso.
Para sus admiradores, admiradoras y correligionarios en general, Aznar es un campeón, y ese dedo inhiesto como un falo agresivo es símbolo también de la porra con la que con gusto golpearían a los reventadores de la función a la que convocaba el ex presidente de Gobierno, a función religiosa me refiero. Tamtum ergo y demás... que viene que ni al pelo. Sus palabras y personas son sagradas, al público la reverencia, el aplauso, la devoción. No entienden el sentido de la entrada libre y el espacio público o privado de uso público. La gente ya no está por la labor de ser adoctrinada de manera impune, y quien ha cometido pifias políticas que resultan inolvidables debería saber que, salvo que emplee la fuerza, quien no la tiene, ni el dinero ni el poder de hacerlo con prensa, bancos, radios y televisiones, y cuyos votos no valen para los del dedo un cagarro, le pedirá si puede cuentas o le expresará su rechazo... la calle.
El ex presidente Aznar, que mintió con descaro al país en su calidad de lacayo de dos superpotencias, en cuya compañía no hacía nada, metió a España en una guerra ilegítima de agresión e invasión que no ha terminado, como permitió el gurtelismo, el bigotismo, el arrebuche del aznarato, la macización del ladrillo... De aquellos polvos, estos lodos. Las fechas cantan. Las hemerotecas también.
Está visto que lo que marca estilo, tendencia, es arengar, sermonear, sentar cátedra sin que los doctrinos, la feligresía o las prietas filas digan esta boca es mía. Cada vez se estilan más las ruedas de prensa sin preguntas, los aplausos incondicionales, las inquebrantables adhesiones, como las de los procuradores en Cortes, incluidos los moros con chilaba, que quedaban dabute.
Lo que se lleva es hablar entre conjurados, para miembros de la fratria o de la confesión de que se trate. Todos están, o estamos, ya muy convencidos de todo, muy adoctrinados, muy seguros de estar en posesión de la verdad y de la razón de la historia; pero ellos necesitan cada vez más guardias de corps y más mordazas para silenciar al rasta y al pica y al disidente radical, ése que, por fortuna, vuelve a aparecer en las aulas universitarias y sus aledaños.
El bolígrafo de Aznar y el dedo, símbolos de lo que nos venga en gana; ese dedo en el que debería estar, haciendo molinetes, la medalla que, con dinero público, no logró comprarse, para satisfacción de su ego, en el carísimo mercado norteamericano, quien no pudo, lástima, irse a cantar el banderita tú eres roja por el desierto de Irak en dirección a la pura nada.