Según hemos podido saber por los medios de comunicación, la consejera Isabel Celaá, en el marco de la revisión que el Gobierno López esta haciendo del Plan Vasco de Educación para la Paz y los Derechos Humanos 2008-2011 redactado por el Gobierno de Ibarretxe, está preparando un decreto de carácter prescriptivo para modificar los contenidos de la asignatura Educación para la Ciudadanía y dar cabida en ella al testimonio presencial de las víctimas del terrorismo.

Así pues, si las cosas evolucionan como la consejera Celáa prevé, todo apunta a que, a partir del próximo curso escolar, la asignatura de Educación para la Ciudadanía contará en todos los colegios vascos, de forma obligatoria, con un nuevo contenido en el que se recogerá, según sus palabras "los testimonios de víctimas de la violencia de GAL y de ETA" y "los alumnos serán evaluados sobre el conocimiento que se adquiera en torno a la cuestión del sufrimiento de las víctimas". Con ello, "no se busca la politización de la educación, sino adquirir valores para la formación de la persona".

Por lo que he leído, dos asociaciones de víctimas del terrorismo, Covite y la AVT, han aplaudido esta iniciativa. En lo que no me reprimo de calificar como arrogantes y más que cuestionables palabras, la presidenta de Covite, Cristina Cuesta afirma que "las víctimas somos un ejemplo de cómo reconvertir nuestro sufrimiento en favor de la convivencia y el respeto a la pluralidad". Estas palabras me suenan arrogantes porque, aunque de la rotundidad de tal afirmación no se puede deducir si ésta se refiere a todo tipo de víctimas (larga sería la lista), sólo a víctimas del terrorismo, sólo de alguna clase de terrorismo o de qué, sí queda claro que ella, y supongo que sus asociados también, se auto incluye en esa categoría que han reconvertido su sufrimiento en favor de la convivencia y el respeto. Pero, es que, además, cuestiono la mayor. El hecho de ser víctima no te hace siempre mejor persona ni te convierte automáticamente en un ejemplo de superación a seguir. Por el contrario, creo que una de las mejores formas de llegar a alcanzar una vida ejemplar pasa, la mayoría de las veces, por superar precisamente ese estado de víctima del que algunos parece que han hecho su esencia y al que parece que quieran sacar alguna rentabilidad. ¿Dónde se expiden esos certificados de ejemplaridad? ¿En la misma ventanilla en la que se adjudicarían las plazas reservadas en las oposiciones para las víctimas que algunas asociaciones han propuesto?

Por otro lado, los partidos de la oposición han expresado sus críticas. Desde la filas jeltzales se reclama que se busque un equilibrio, incluyendo a víctimas de grupos parapoliciales o incluso del franquismo, y se denuncia que con estos cambios sólo se pretende dejar entrever que el plan en vigor no era lo suficientemente contundente. Aralar, por su parte, pregunta de qué víctimas estamos hablando, mientras pide que el debate se dé en sede parlamentaria y critica lo que en su opinión es una utilización política de las víctimas por parte del PSE.

Todo huele a que una vez más estamos ante uno de los tira-biras en los que se ha instalado el Gobierno López. La Diputación alavesa, ni de coña, pero a cambio… De otra manera, si no es en clave de moneda de pago político en sus pactos de gobierno con el PP, es difícil entender la improvisación de la consejera Celáa al anunciar esta modificación en el currículo de la asignatura de Educación para la Ciudadanía, porque desde el punto de vista educativo no parece que tenga mucho sentido. Creo que no tiene ni pies ni cabeza -se incluyan las víctimas que se incluyan- y que en vez de resolver los problemas entre adultos y como adultos estamos echando de nuevo a la espalda de la escuela un fardo que no le corresponde. Son ya demasiadas -y a veces inútiles- cargas para que luego exijamos resultados pedagógicos.

A la hora de transmitir valores ciudadanos, que supongo es de lo que se trata, la escuela es un factor. No se trata de eludir la responsabilidad, pero uno más entre muchos otros y contrarrestar los efectos de una sociedad que rezuma violencia no es tarea fácil para los maestros. Lo que menos necesita su trabajo son improvisaciones en clave de oportunidad política, porque en este caso no se trata sólo de una utilización política-partidista de las víctimas, sino de la escuela.

No le encuentro sentido educativo a esta modificación curricular y menos si hablamos de Educación para la Ciudadanía. Si de lo que se trata de verdad es de ser constructivos, más nos valdría acercarnos a los problemas de los chavales en vez de echarles los nuestros encima. Preocupémonos por sus experiencias, por la violencia diaria que ellos mismos generan y sufren en su actividad cotidiana porque, por mucho que Cristina Cuesta opine lo contrario, nadie es siempre víctima ni siempre verdugo; todos solemos ser las dos cosas, capaces de lo mejor y lo peor. Así somos los humanos.

Como muchos y buenos maestros lo han hecho y lo siguen haciendo sin necesidad de decretos prescriptivos, no veo por qué la escuela tiene que ir más allá de ayudar a los chavales a reconocer los comportamientos que generan este tipo de sentimientos en su vida y a descentrarse de su punto de vista para ponerse en el del otro. Por ahí estaría el quehacer de la escuela, que no es poco ni fácil porque no se trata de decirlo o decretarlo sino de hacerlo.

En todo caso, si de lo se trata es de introducir el fenómeno del terrorismo en una asignatura, desde el punto de vista de la programación sería más lógico incluirlo en la temario de la asignatura de Historia -pues tal como dicen la presidenta de Covite y el portavoz parlamentario del PSE, José Antonio Pastor, y en esto coincidimos los tres, estamos ante una verdad de la Historia y conviene que la ciudadanía vasca no la olvide-, situando en su contexto los diferentes terrorismos de la historia contemporánea de este país, incluyendo el franquista, y proporcionando a las nuevas generaciones elementos de reflexión que les ayuden a trascender, superar y racionalizar el nivel de las emociones y a avanzar en el conocimiento de la verdad.

por Mapi Alonso, Doctora en Ciencias de la Educación.