DOS buenos colegas se han parapetado en una hamburguesería de Miami a la espera de que llegue la poli. Bien armados, están dispuestos a cargarse a quien se acerque, sobre todo si luce uniforme y cara de pocos amigos. Ejercitan índices y pulgares en los tiempos muertos, mientras miran de reojo a las chicas que se pavonean por el local con ganas de un poco de agitación. Es lo que tiene la equisbox cuando le cargas una de las numerosas versiones de GTA y tienes tiempo que perder: hay misiones en el juego, sí, pero mola la aventura por la aventura. De la misma manera que juegan estos colegas lo hacen los dos chavales de casa; con menos resolución de pantalla, eso sí, porque se trata de una peesedos vieja con acceso limitado: primero los estudios, luego la diversión. Pillan la versión del GTA, que no recuerdo cuál es, y se dedican a robar vehículos, a chocarse con todo lo que encuentran y a que les persiga la poli, primero, el FBI, después, y al final el Ejército, con tanques y todo. Se lo pasan pipa, y si tienen problemas le cuelan algún truco al juego y empiezan a volar con un corvette verde, como en Chitty Chitty Bang Bang, pero sin Dick Van Dyke, lo cual es de agradecer. La cuestión es si les hace daño este tipo de diversión. Francamente, creo que no. En su justa medida, viene a ser como cuando jugábamos a polis y cacos y todos querían ser ladrones. Eso sí, respiran menos aire puro porque mientras nosotros pasábamos horas en la calle ellos las consumen en casa. Me apunto a la siguiente partida. ¿Se puede?