UN horizonte de transformaciones positivas al rescate de un mundo enfermo nos espera en Copenhague, jalonado de las esperanzas y promesas con que la sensatez de esta cita ha sido convocada, ahora que hemos decidido cambiar un escenario en el que los premios Nobel de la Paz comienzan a enviar tropas al frente.

Por desgracia, el acuerdo y la planificación daneses no han sido una constante en el devenir de un teórico aliado como Pakistán, potencia nuclear supuestamente debilitada por la presión integrista, y que ahora vemos peligrar si abandonamos a su suerte frente a la guerrilla afgana. La militarización progresiva de la nación ha ido destruyendo sistemáticamente un tejido social que era, al fin y al cabo, nuestra mejor garantía de estabilidad. El protagonismo de partidos políticos de corte occidental se hace evidente cuando se les deja existir, como es el caso del Partido del Pueblo de Pakistán de centro izquierda, que lideró Benazir Bhutto hasta su trágica muerte. El tímido desarrollo de una clase media reducida pero consciente, ya nos sorprendió hace casi dos años al protagonizar aquella manifestación de abogados y profesiones liberales en plena Islamabad. Incluso una prolongada resistencia frente a las alienaciones ideológicas externas, como el comunismo soviético o el integrismo talibán, no sólo achacable al control de autoritarismo militar, ha sido una constante en los últimos treinta años.

¿Todo se ha perdido? Pudiera ser, nuestra apuesta ha sido siempre la de seguridad inmediata e incertidumbre futura, ya que, aprovechando un paisaje humano alentador, nos limitamos a colocar encima una gran piedra autocrática que acaba marchitando cualquier empeño de madurez local. Y cuando las dictaduras entran en crisis, porque todas lo hacen, debajo no nos queda más que un material descompuesto del que sólo pueden germinar la ignorancia, la pobreza, el odio y el fundamentalismo. Así se deshizo el espejismo persa en 1979, todo parecía ir bien en una sociedad progresivamente acomodada, cuando las turbas desmontaron un escenario de cartón piedra en el que los roles nunca fueron libremente desarrollados, una monarquía autoritaria lo impedía y provocó la Revolución Islámica.

Tras discutir sobre el clima deberíamos airear también nuestras ideas sobre el mundo y nuestro endémico occidocentrismo, haciendo del término sostenible una directriz económica, social y política basada en todas y cada una de las realidades que, por nuestra propia dejadez, acaban distorsionando un mundo que tan sólo necesita una dedicación más responsable.

Jaime Aznar Auzmendi

Historiador y militante socialista