deja esa guitarra, que sólo te va dar disgustos!". Es la voz de mi vecina Sara la que se esconde detrás de ese medio consejo, medio aviso. "Deja la guitarra y búscate un trabajo normal", repite la buena de ella. Últimamente me lo dice a menudo. Lo hace cada vez que entro o salgo de casa. No pierde ocasión para prevenirme de las penurias que me traerá mi inocente guitarra. Tampoco le haría mucho caso si no fuera por el hecho de que Sara, mi vecina, es vidente.
Separada y madre de seis hijos, todos varones, es ella la única vidente que conozco. La conocí hace unos diez años, cuando entré a vivir a casa por primera vez. Todavía me acuerdo de su saludo de bienvenida y de lo que me dijo después, al tiempo que me agarraba de la mano: "Eres sagitario, extremadamente impetuoso y emocionalmente inestable. Además de desordenado, irresponsable, egoísta, inmaduro, inconstante, ausente, despistado, indisciplinado, vago, perezoso, dormilón, juerguista y, sobre todo, músico".
"Y es precisamente esto último lo que más me preocupa, que eres músico. No creo que la incorporación de un músico traiga nada bueno a la comunidad pero, al menos, te daré el beneficio de la duda".
Éstas fueron sus primeras palabras hacia mi persona. Reconozco que me quedé helado.
Acertó con todos los adjetivos, la muy bruja. También me señaló que tenía rasgos de soñador y que por eso mismo iba a sufrir mucho en esta vida. Ese primer encuentro con Sara me intranquilizó hondamente. Su mirada de profundo ojos negros transmitían y transmiten aún gran autenticidad. La suficiente para amedrentarme durante unos meses. "Te vas a quedar calvo antes de los cuarenta", se atrevió una vez. Separada y con seis hijos, parece que no anduvo fina oteando su propio horizonte. "Deja la guitarra, que te hará sufrir", previene la vidente del segundo. Me augura malos tiempos mi vecina, pero aún y todo me cae bien Sara.