El otro día, rebuscando en un cajón, tropecé con una fotografía de hace años. La miré observando nuestros rostros de antaño y con una mezcla de sentimientos y añoranza fui consciente de cuánto hemos cambiado los que aparecíamos. El tiempo ha pasado, y ya metidos en los cuarenta, ves que los años tratan más amablemente a unos que a otros. Es ley de vida, nacemos, crecemos, envejecemos. Pero ¿estamos preparados para ello? Eso es algo a lo que a unos más que a otros nos cuesta afrontar. Hombres y mujeres no escapamos a esta tesitura y no queremos renunciar a la juventud. Y nos vemos en el gimnasio, queriendo competir con los jovencitos, vistiendo como ellos o sumidos en una depresión porque te has descubierto tus primeras arrugas. Nos bombardean con cuerpos imposibles de conseguir. Y aquí es donde empiezas a considerar la opción de la cirugía. Lo ponen todo tan fácil... Puedes financiarlo y pagarlo en cómodos plazos. En fin, imaginas lo bien que te quedaría un retoque, pero te viene el miedo a meterte en un quirófano o peor aún, a mirarte en el espejo y no reconocerte. Así que, ¿qué tal si nos cuidamos un poco y aprendemos a envejecer con dignidad?
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