Cioran, en uno de sus párrafos de su carta manuscrita a Dieter Schlezack, dice lo siguiente: "Occidente no podrá eludir el día en que sus trabajadores extranjeros lo dominen. El futuro siempre pertenece a esclavos e inmigrantes". Hasta parece obvia la clarividencia de Cioran, cabe preguntarse si la vieja Europa se preparó para esta incontestable realidad y si lo hizo, de qué modo. Defendió únicamente su dinero y una cultura occidental agónica e inexistente, descreída de sí. El arte -ese modo de intentar asir lo inasible-, no está deshumanizado, es el hombre quien se encuentra desnortado, casi extinguido y solo. Los antiguos miedos se tornan claustrofóbicos y resuenan de nuevo sobre nuestras piedras erosionadas por los siglos, las botas hitlerianas como en un segundo parto quizá más dañino, como si Auschwitz no hubiera significado una factura psíquica para el ser humano sin retorno posible. Este nuevo redoble de cruces y tambores de un nuevo fascismo amenazador no es dañino por posible sino por insoportable. (...).
Una Europa caduca e inexistente en términos reales, donde el capitalismo salvaje no tiene antagonismo alguno, no podría soportarlo en ninguna de sus formas salvo la completa destrucción de la sociedad que conviene exclusivamente al poder y al dinero que, ya sin camuflaje alguno, son sinónimos y se muestra en el grado más consciente que nunca de su poder destructor y campa a su antojo por doquier sin contestación alguna que pueda llamarse como tal.
Europa sufre de la consunción de la mentira en su grado más intolerable. En ése que se escuda en una hipócrita corrección social mantenida, arrostrada a sabiendas de serlo pero ¿por quién? Mantenida por quienes aún quieren guardar los muebles sin haberlos tenido, sin ni siquiera haberlos disfrutado. Por los miles de nuevos ricos que nunca lo fueron y mantienen la esperanza inútil de, al menos ciegamente, continuar aparentándolo. Al parecer, la apariencia cuenta y mucho.
Javier Corres