Cristina Blanco tiene 63 años, es doctora en Ciencias Políticas y Sociología, directora del curso de posgrado Experto/a en Suicidología de la UPV/EHU y en 2012 perdió a su marido por suicidio. Junto a cuatro mujeres más (María José Pérez, Sofía Rivera, Tamara Riquelme y Verónica Sánchez), todas ellas de ámbitos relacionados con la pedagogía, psicología, sociología o la criminología, forman parte del equipo actual de la asociación Aidatu que se fundó en agosto de 2017 con el objetivo de disminuir -“en la medida de lo posible”- un problema sociosanitario de “primer orden”. 

Blanco es la presidenta de Aidatu, un nombre que, según desarrollan sus creadoras en la página web, no surge por azar: “El término aidatu (remontar el vuelo) simboliza nuestro propósito en dos sentidos: ayudar a volver a volar a todas las personas afectadas por un suicidio cercano, o a supervivientes de las propias tentativas, por un lado; a la vez que adquirir altura para afrontar el fenómeno del suicidio en términos de globalidad”. La entidad surgió hace casi ocho años “con la vocación de posibilitar la colaboración y conjunción de todos los recursos materiales y humanos que puedan trabajar en reducir el número de muertes por suicidio y/o mitigar el sufrimiento que deja a su paso”.

De las cuatro personas que en su momento pusieron en marcha Aidatu, quedan dos: Blanco y Pérez. “Algunas de nosotras éramos supervivientes por suicidio y teníamos mucho interés porque no había nada desde un punto de vista social. Era un fenómeno que se abordaba dentro del ámbito de la psiquiatría, pero que ni siquiera se trataba en psicología”, explica Blanco. En los primeros años de la década pasada, se encontró con que empezó a buscar apoyos profesionales a su alrededor y “no había nada. En relación al suicidio, el silencio era atronador”. 

Durante 25 años se había dedicado al fenómeno de las migraciones internacionales. Aquel era básicamente su expertise hasta la trágica noticia que hace trece años dio un vuelco a su vida. Como buena socióloga, Blanco mira el mundo con gafas que captan modelos y tendencias a través de los datos. Y los números sobre las personas que diariamente se quitan la vida en Euskadi y el conjunto del Estado la alarmaron. “Me quedé horrorizada. Son más de 10 personas al día. ¿Cómo puede ser que esto no se vea y que no se sepa? ¿Dónde está toda esa gente que ha sufrido esas muertes? Porque los supervivientes (de las personas que han perdido a un familiar o ser querido por suicidio) se van acumulando. No desaparecen mágicamente”, explica. 

Los llamados supervivientes, cuenta Blanco, sufren un duelo “muy particular y difícil de transitar”. A diferencia de otros casos, deben lidiar con pensamientos obsesivos, la carga, el miedo, muchas preguntas sin respuesta. “Está muy presente la culpa -subraya-, que en mi caso tuve que llevar en silencio. Entonces no encontrabas apoyos por ningún lado, lo que te termina aislando y te quedas sola agravando de ese modo el duelo”. Acudió a los servicios de salud mental, pero las respuestas que le daban los psicólogos le “sorprendieron” negativamente. “Atónita, vi que en el grado de Psicología no se abordaban las conductas suicidas ni el duelo por suicidio”, comenta. “¿Cómo te van a prestar ayuda profesional si no se contempla nada de esto en la universidad?”.  

La llamada paradoja de género


Los datos arrojados por Eustat y el INE coinciden en que la tasa de muertes autoinfligidas por los hombres prácticamente triplica a las mujeres. En cambio, en las tentativas de suicidio es más bien al revés; ellas presentan más casos. “Esto tiene un nombre y se llama la paradoja de género”, afirma Cristina Blanco. Pone, no obstante, “dos pegas” a este supuesto vuelco en las estadísticas. Por una parte, no existe un registro fiel de las tentativas. “¿Cómo se regula algo así? -se pregunta-. No hay una manera directa de saberlo, solo a través de estudios, encuestas en hospitales… No todos los casos llegan a las urgencias de un hospital, por lo que los registros que tenemos son más defectuosos y limitados que en el caso de las muertes”. 




Además, continúa Blanco, el concepto es complejo per se; se trata de un término ambiguo y equívoco, muy difícil de definir y, por lo tanto, de cuantificar. Con todo, dice la experta, podemos afirmar “con todas las cautelas” que efectivamente “hay un mayor número de tentativas de suicidio por parte de las mujeres, que vienen a duplicar, y no triplicar, las de los hombres”. 

El precedente: la asociación Biziraun

Y en ese punto empezó a pensar que tenía que “hacer algo” para revertir la situación. Se fue a Madrid y Catalunya en busca de personas que habían pasado por lo mismo que ella. En Barcelona conoció a la psicóloga Cecilia Borrás, a quien la muerte por suicidio de su hijo Miquel le llevó a crear en 2012 la primera asociación estatal que acoge a familias que pasan por un túnel tan doloroso. Cristina Blanco tomó buena nota de aquel encuentro: “Pensé que aquí, en el País Vasco, también necesitábamos una asociación de supervivientes para juntarnos entre nosotras y poder hablar de este tipo de pérdidas”, afirma. 

Así que antes de Aidatu llegó, en 2016, Biziraun, la asociación vasca de personas afectadas por el suicidio de un ser querido. Durante cuatro años, hasta 2020, Blanco formó parte de su junta directiva. Biziraun centra sus esfuerzos en el duelo de familiares y amigos. Cristina pensó que también sería interesante “abrir el foco” y dedicar todos sus esfuerzos a la creación de una asociación con un enfoque más integral en el que no solo participasen los supervivientes. Las áreas de trabajo de Aidatu comprenden la comunicación, la sensibilización, la formación o la investigación, y la entidad aspira a poder ejercer una influencia social en las instituciones y administraciones a la hora de elaborar planes y protocolos. 

En 2025 sigue costando mucho hablar del suicidio, aunque cada vez es menos tabú. La presidenta de Aidatu aplaude el cambio, pero alerta de que el “ruido” en torno a una cuestión tan sensible como esta termine “banalizando” su gravedad. “A lo largo de estos años hemos pasado de un silencio absoluto sobre el tema a un péndulo en el que se está imponiendo un ruido que habría que mitigar”, continúa Blanco. “Hemos mejorado porque dentro de ese ruido hay cosas positivas. Por ejemplo, se habla mucho y, por lo tanto, se han ido creando grupos de supervivientes. Pero a veces siento que nos hemos pasado a un extremo en el que todo se mete en el saco de la salud mental y se tiende a cierta banalización”. 

El rol fundamental (y responsable) de los medios



Los medios de comunicación juegan un rol fundamental en el tratamiento del suicidio que no siempre han sabido (o querido) transmitir de una manera adecuada. Cristina Blanco recuerda un caso tan mediático como el de Marilyn Monroe (replicado en las muertes de otras muchas celebrities), donde los medios abordaron el suceso con un sesgo amarillista primando el “impacto” de la noticia. “Hasta hace muy poquito se han hecho muy mal las cosas”, critica Blanco. Con el tiempo, sostiene que el lenguaje y también el tono de este tipo de noticias han “mejorado”, aunque sigue habiendo una “difusión irresponsable” que puede fortalecer las conductas suicidas y provocar así un efecto contagio en lugar de impulsar la prevención. 


La presidenta de Aidatu recuerda que ya en 2000 la OMS elaboró una guía de recomendaciones en los que se instaba a los medios a no publicar detalles específicos como los lugares de los suicidios, la metodología utilizada (“en los casos más mediáticos se continúa haciendo”) o el uso de un lenguaje sensacionalista. Por lo tanto, entre el silencio informativo o el tabú ante el suicidio puede abrirse una vía “sensata” con la que se pueda informar sobre este grave problema de salud pública evitando el temido efecto contagio y la prevención. 

El difícil equilibrio

¿Se ha perdido el punto medio? La doctora apela al sentido común y el civismo para poder sacar algo positivo de este cambio. La búsqueda de un cierto equilibrio puede ser la clave. “Definitivamente, el silencio no ayuda nada: te somete a una soledad brutal y no puedes encontrar apoyo en otras personas que han pasado por lo mismo que tú. No hay un duelo compartido. Si no se habla, no existe el tema y así no se pueden poner los medios necesarios para darle solución. Así que el silencio… fuera”, afirma tajante. 

Por lo tanto, “hay que hablar del suicidio, sí, pero no de cualquier manera. No se debe hablar desde el sensacionalismo ni se puede decir qué métodos se han utilizado. Con las personas que pueden estar en peligro o los propios supervivientes también tenemos que desterrar algunos mitos”. ¿Puede poner algún ejemplo? “No puedes ir a un servicio de salud contando que una persona cercana tiene ideas suicidas y que te digan que no le hagas ni caso o que simplemente te está chantajeando”, responde. “Hay que tener empatía, no se debe juzgar ni minimizar algo así o dar consejos vacíos”.