Juan Martínez de Irujo nació el 4 de noviembre de 1981 en Ibero, un pequeño rincón de Navarra donde los frontones no son solo muros, sino herencia y rito. Criado entre juegos de calle y el sonido de la pelota golpeando con fuerza las paredes de piedra, el destino parecía tener escrito para él un vínculo con este deporte. A los 21 años, el 6 de junio de 2003, debutó como profesional bajo el amparo de Aspe, una de las grandes empresas del circuito. Aquel joven flaco, de carácter fuerte y mirada decidida, tardó poco en romper moldes. 

El ascenso de un fenómeno imparable

Su llegada no fue silenciosa. Desde el primer pelotazo, Irujo marcó una diferencia. Su estilo no era el tradicional: no esperaba, no se contenía. Era ofensivo, eléctrico, afilado. Jugaba como si cada partido fuera el último, con un hambre feroz y una técnica que parecía innata. En apenas tres años, logró una proeza reservada para unos poco elegidos: alzarse con los tres títulos más codiciados de la pelota profesional, el Manomanista, el cuatro y medio y el campeonato de pareja, y hacerlo con una autoridad deslumbrante.

En tan solo tres años desde su debut, consiguió algo que muy pocos han logrado en tan poco tiempo: ganar los tres grandes campeonatos de pelota mano profesional. Fue campeón del Manomanista, del Cuatro y Medio y del Campeonato de Parejas, los tres pilares que definen la excelencia en este deporte. Lo hizo con solvencia, venciendo a rivales de gran peso y dejando claro que había llegado no solo para competir, sino para marcar una era.

Durante más de una década, dominó el circuito con autoridad. Su palmarés se convirtió en uno de los más envidiables de la historia de la pelota: acumuló cinco títulos del Manomanista (2004, 2006, 2009, 2012 y 2014), una modalidad considerada la más prestigiosa por su dureza y exigencia física. En el Cuatro y Medio, la modalidad más técnica de todas, se coronó campeón en 2006, 2010 y 2014, demostrando que, además de potencia, poseía una inteligencia táctica sobresaliente. En el Campeonato de Parejas, donde la compenetración con el zaguero es clave, logró la txapela en 2005, 2006, 2009, 2013 y 2014. Además, fue dos veces campeón del Masters BBK Baskepensiones en 2008 y 2009. A lo largo de su carrera, también alcanzó 10 subcampeonatos, lo que refleja su consistencia y dominio en el más alto nivel.

A lo largo de su carrera, su estilo de juego fue evolucionando. Si en sus primeros años arrasaba por fuerza y rapidez, con el tiempo perfeccionó su técnica, su lectura de partido y su capacidad de adaptación. Se convirtió en un referente total: no había modalidad que se le resistiera ni pelotari que no lo considerara un rival a temer. Su dominio fue tan amplio que, a menudo, las empresas organizadoras lo reservaban para festivales especiales y carteles de máxima audiencia, sabedoras de que su nombre llenaba frontones.

Pero Irujo no solo ganaba; también revolucionó el deporte. Cambió la forma de concebir el juego, introduciendo una intensidad hasta entonces poco habitual, y atrajo a una nueva generación de aficionados más jóvenes, que veían en él una figura cercana al deportista de élite mediático, algo inédito en la pelota tradicional.

Su última gran victoria llegó en 2014, cuando ganó su quinto Manomanista, consolidando un palmarés al alcance de muy pocos. Para entonces, ya era una leyenda viva. Nadie imaginaba que solo dos años después, en 2016, tendría que colgar el guante para siempre de la alta competición.

La retirada que nadie esperaba

Con un total de 938 partidos jugados, 570 ganados y 368 perdidos, y cuando su leyenda aún tenía capítulos por escribir, el destino interrumpió su camino. En 2016, con apenas 34 años y todavía en plenitud física, una afección cardíaca truncó su carrera. No era grave para la vida cotidiana, pero sí incompatible con la exigencia de la alta competición. Su corazón, ese que tanto le había dado en la cancha, le obligaba ahora a parar. Fue una despedida silenciosa, sin escándalos ni homenajes forzados. Se retiró con la misma elegancia con la que jugaba: sin aspavientos, pero dejando un vacío inmenso.

Aun así, Irujo no se fue del todo. Siguió ligado a Aspe, esta vez desde fuera de la cancha, como técnico, asesor y formador de jóvenes promesas. Su sabiduría, su mirada estratégica y su manera de entender el juego han sido claves para el relevo generacional. 

Intento fallido

Tras su retirada, fundó Elkar Pelota junto a Eugi, Goñi III y Eulate, una escuela de pelota que estuvo en funcionamiento durante 5 o 6 años. Su objetivo era acercar el deporte a los más jóvenes, ofreciendo una oportunidad para que los chavales que querían aprender se sintieran cerca del frontón. La iniciativa fue muy bien acogida y logró mantenerse gracias al patrocinio de empresas privadas. Sin embargo, la pandemia truncó su sueño de hacer crecer el deporte: las empresas vieron disminuir sus ingresos y no pudieron seguir apoyando el proyecto, lo que llevó a la decisión de cerrarlo.

La vida después de su retirada

A diferencia de otros exdeportistas de élite, Juan Martínez de Irujo ha preferido mantenerse al margen de la exposición pública. No ha protagonizado campañas, no ha publicado libros ni ha convertido su carrera en una marca personal. Su caso es atípico: eligió el silencio y la profesionalidad, no por timidez, sino por coherencia con su personalidad.

Pocos años después de su retirada, comenzó a colaborar en las finales de pelota, comentándolas en Naiz y colaborando también en Radio Euskadi los sábados y durante las finales. Como él mismo expresó, le gustaba porque podía decir lo que le viniese en gana. De esta forma, seguía vinculado al deporte, aunque de una manera distinta, asistiendo al frontón y apoyando la pelota de otra forma.

En los últimos años, ha recibido homenajes puntuales, principalmente en los frontones del País Vasco y Navarra. Muchos aficionados consideran que su retirada fue la pérdida más temprana y dolorosa de la pelota moderna, y que su legado debería tener mayor visibilidad institucional.

El legado que perdura

Aunque Juan Martínez de Irujo ya no viste de blanco en los frontones, su estilo sigue vivo en quienes crecieron viéndolo. Fue pionero en aplicar intensidad física y táctica en un deporte donde antes predominaba el control conservador. Cambió la forma de jugar, de ganar, y de emocionar al público.

Hoy, más que una leyenda retirada, es un símbolo de lo que la pelota vasca puede dar y también de lo frágil que es incluso para los más grandes. Irujo se fue del juego por obligación, pero nunca ha dejado de formar parte de él.