Los muros del polvoriento Jit, un pueblo palestino del norte de Cisjordania ocupada, están tapizados de afiches con la cara de su nuevo héroe: Rashid Sada. Tenía 23 años cuando murió, hace unos días, defendiendo a sus vecinos de una horda de colonos israelíes armados. “¡Muerte a los árabes!”, gritaban los más de cien colonos que -encapuchados, blandiendo armas, palos y piedras- salieron desde el asentamiento de Havat Gilad para irrumpir en el contiguo Jit, al caer la noche del 15 de agosto.

Lanzando cócteles molotov incendiaron olivares, viñedos, huertos, cuatro casas y seis automóviles. Una voz desde el altavoz de la mezquita local pedía auxilio y señalaba las casas bajo ataque.

Mahazen Arman, una abuela del pueblo, todavía pierde el aliento cuando cuenta el asedio a su casa mientras su familia, incluido un bebé, se aterrorizaba dentro. “Los colonos empujaron la puerta e intentaron entrar pero no pudieron, por eso rociaron con gasolina las ventanas, la puerta y los sofás (de la terraza), y prendieron fuego”, describe.

Al bebé, que estaba junto a la puerta metálica cuando estallaron las llamas, se le quemaron las manos y la señora Arman, que padece asma, tuvo una crisis durante la agresión.

Rashid corrió para socorrerlos, pero una bala le atravesó el pecho y murió casi al instante delante de los ojos de su hermano Mahadim, de 14 años. Otros dos palestinos resultaron heridos de gravedad y siguen internados en el hospital de Nablus.

Cisjordania estrangulada

La historia de Rashid y su aldea no es excepción sino la norma en una Cisjordania cada vez más estrangulada por la violencia de colonos israelíes, que están apoderándose de una cantidad sin precedentes de territorios palestinos con la legitimación de un Estado judío abiertamente promotor de la expansión de asentamientos.

Ayer mismo, la aldea Wadi Rahal, al sur de Belén, amaneció con un muerto y tres heridos tras ser atacada por colonos protegidos por el Ejército israelí.

En medio del mayor pico de violencia en Cisjordania desde la Segunda Intifada (2000-05), las agresiones colonas aumentaron al estallar la guerra entre Israel y el grupo islamista Hamás -que controla la Franja de Gaza- el 7 de octubre pasado.

Desde entonces, los colonos han cometido más de 1.270 agresiones que han dejado una docena de palestinos muertos y 3.130 desplazados, según la agencia de la ONU para asuntos humanitarios (OCHA). A eso se añaden cerca de 640 palestinos muertos por fuego del Ejército.

En las calles y mercados de Jit, todos se acercan a la triste Iman Abd al Hado para recordarle que Rashid, su hijo, es ahora “un héroe”.

Los muros, balcones y puertas de edificios importantes del pueblo exhiben afiches que muestran la cúpula de la Mezquita de Al Aqsa de Jerusalén junto a la cara sonriente del nuevo ídolo popular, portando una kufiya. “Ascendió al cielo como mártir, defendiendo a su inquebrantable pueblo”, se lee en ellos.

Un ataque al mes

Los colonos de Havat Gilad atacan Jit una vez al mes en promedio, siempre con la protección de soldados israelíes, explican los habitantes. Pero esta fue la primera vez que usaron armas. Israel “proclama ser el país más democrático de Oriente Medio, que defiende los derechos humanos, y al final esto es el resultado”, deplora el alcalde, Husam Mohamed Abraham, al asegurar que para el Ejército, “la única misión es proteger a los colonos y darles luz verde para que ataquen más”.

Aún sin superar el trauma de la última agresión, los pobladores de Jit siguen hablando de ello en las aceras. “Son monstruos humanos”, dice Omyme Kamal, una habitante de 53 años. “Dispararon como si fueran comandos, estaban muy organizados y preparados”, explica.

El alcalde Abraham asegura que “más de 300 soldados del Ejército asediaron a los habitantes y prohibieron el acceso a la Defensa Civil y las ambulancias hasta que el fuego ya había destruido los coches y las casas, además de asegurar la salida de los colonos”. 

Cuatro colonos, entre ellos un menor, fueron arrestados por el ataque y ser sospechosos de participar en otros, pero como en la mayoría de los casos, no ha habido condena.

Mientras, los habitantes del pueblo se quedan viviendo en la zozobra, sin poder olvidar la amenaza que lanzaron los colonos cuando por fin salieron de Jit: “Regresaremos y los mataremos”.