Irak cumple veinte años desde que una coalición internacional liderada por Estados Unidos invadiera el país y destruyera, para bien y para mal, las estructuras de un Estado que aún lucha por reconstruirse entre violencias sectarias y tensiones políticas locales, regionales y globales.

"Deseábamos que la invasión supusiera un cambio, que fuéramos de mal a bien. Pero no lo fue. Lo destruyeron todo, destruyeron nuestras vidas", dice Hafsa, una iraquí de 45 años que aún solloza al recordar cómo el caos que desató la ocupación estadounidense de Irak se llevó a su hermano y dejó a su país en ruinas. Veinte años después no puede olvidar, ni mucho menos perdonar.

Cientos de miles de muertos y un país por reconstruir es el "legado" que dejó la invasión, lamenta esta iraquí desde la calle Al Mutannabi de Bagdad, una librería al aire libre a orillas del río Tigris que antaño fue el centro de la cultura de todo Oriente Medio.

A la deriva del caos

A pesar de todas las atrocidades que cometió el régimen de Sadam Husein, a día de hoy una "mayoría silenciosa" añora los tiempos de la dictadura, como apuntan algunos iraquíes.

"Irak estaba mucho mejor con Sadam, era un país estable", asegura Ahmed, un iraquí de 67 años que, al igual que millones de sus compatriotas, estuvo en las filas del Ejército de un tirano obsesionado con librar guerras. Pero, al menos, "cobraba un salario digno".

La invasión supuso también el desmantelamiento completo de las Fuerzas Armadas y de gran parte de la administración pública de Irak, y dejó a millones de personas sin empleo de la noche a la mañana, entre ellas Ahmed, que sirvió durante 32 años en el Ejército iraquí, donde realizaba principalmente tareas administrativas.

Reconoce que con Sadam "no había libertad de expresión", lo que representa "quizás lo único bueno" de su derrocamiento, pero asegura que la espiral de violencia en la que se sumió el país tras la llegada de la coalición internacional, sumada a la pobreza y al colapso de todo un Estado y de su infraestructura, convirtió a Irak en "polvo".

"Los norteamericanos me arrebataron toda una vida y no puedo perdonarles nunca por lo que me han hecho a mi y al resto de los iraquíes", confiesa.

Estos son los hitos más relevantes que explican el camino al caos de este país árabe, rico en petróleo y cuna de la civilización universal, una ruta de la que sólo ahora, dos décadas después, comienza a verse una salida.

Primera guerra del Golfo

Estos son los hitos más relevantes que explican el camino al caos de este país árabe, rico en petróleo y cuna de la civilización universal, una ruta de la que sólo ahora, dos décadas después, comienza a verse una salida.

Ningún acontecimiento en Irak se explica sin la malhadada invasión que el dictador iraquí Sadam Husein (1979-2003) hizo de su vecino Kuwait y que derivó en la llamada primera guerra del Golfo (1990-1991). La respuesta de una coalición de 34 países, autorizada por la ONU y encabezada por los EE.UU. (la "Tormenta del Desierto"), abrumó a las fuerzas iraquíes que venían de librar casi una década de guerra contra Irán. Kuwait fue liberado en pocas semanas.

Esta guerra, la primera retransmitida en directo por televisión, dejó los tanques occidentales a las puertas de Bagdad y a un paso de derrocar al tirano que hasta hacía pocos años era considerado un hombre de los EE.UU. en la región. El régimen de Sadam quedó en el poder bajo severas restricciones, sujeto a sanciones internacionales, inspecciones de armamento y bajo la imposición de amplias zonas de exclusión. Sin embargo, Sadam siguió reprimiendo con dureza a su población.

Irak fue forzado a destruir sus armas de destrucción masiva (químicas y biológicas), que había usado con apoyo occidental contra Irán (1980-1988) y contra su propia población, y se deshizo de sus programas en este campo.

Armas de destrucción masiva

En febrero de 2003, Irak ya no tenía armas de destrucción masiva. Sin embargo, eso no impidió al Gobierno de George W. Bush y sus aliados -entre ellos España-, denunciar ante la ONU que Sadam escondía un arsenal de armas prohibidas para justificar una nueva invasión.

Los atentados en Nueva York del 11S de 2001 se usaron también como argumento para el ataque, pese a que Sadam no tenía ninguna vinculación con Al Qaeda.

Con informes de inteligencia exagerados y afirmaciones directamente falsas, tal y como reconocieron años después, el país árabe fue invadido pese al abrumador rechazo de la opinión pública global y ante la protesta de diversos organismos internacionales que negaban por activa y pasiva la existencia de dichas armas.

Sin esos pretextos, nunca quedó claro qué motivo de fondo hubo para desatar la invasión de un país rico en petróleo y cuya estabilidad, como luego se vería, es central para la paz de toda la región.

Conquista e insurgencia

El 20 de marzo de 2003, las tropas occidentales asaltaron Irak por aire, mar y tierra con una superioridad abrumadora. Sadam Husein y sus principales secuaces se escondieron mientras los estadounidenses entraban en Bagdad para desmantelar las estructuras del Estado iraquí y establecer un gobierno provisional de ocupación.

La violencia dejó decenas de miles de muertos civiles iraquíes, además de la aniquilación del Ejército de Sadam, que se diluyó en medio del caos y cuyos cuadros luego alimentaron la insurgencia.

La conquista solo supuso el inicio de lo que seria una larga guerra de baja intensidad entre los ocupantes y grupos armados compuestos por leales a Sadam, exmilitares, funcionarios del antiguo régimen, militantes yihadistas, milicias chiíes y ciudadanos enfadados por la represión.

Inestabilidad

Sadam fue capturado en diciembre de 2003. En 2006 terminaría sus días ejecutado en la horca, condenado por crímenes contra la humanidad. Su captura y muerte, así como la de otros importantes funcionarios de su régimen, no detuvo la violencia. La caída de Sadam reveló al mundo la explosiva realidad política iraquí, con profundas y graves divisiones religiosas (chiíes y suníes) y étnicas (árabes, kurdos, asirios o yazidíes) que afloraron con virulencia y crearon un escenario de todos contra todos y todos contra las fuerzas de ocupación, que reprimieron a sangre y fuego.

Los excesos en la ocupación, como ejemplifican las torturas cometidas por los soldados estadounidenses en la prisión de Abu Grahib, revelaron errores de acción y planificación de los conquistadores para abordar la situación iraquí "post-Sadam".

A partir de 2006, EE.UU. instauró en Irak un nuevo gobierno elegido democráticamente, con la paradoja de que una vez librados a su voluntad, la mayoritaria población chií optó por políticos de esa secta del islam, muy vinculada a Irán, lo que alienó a la minoría suní privilegiada por Sadam y acostumbrada al poder.

Los estadounidenses abandonaron Irak a finales de 2011.

Violencia sectaria

Lejos de suponer la paz, la salida estadounidense dio lugar a un incremento de la violencia sectaria que se reflejó en la aparición en el escenario del Estado Islámico (EI). El grupo terrorista islámico radical se alimentó de los rencores suníes y de los funcionarios y militares que fueron expulsados de su posición por su vinculación con el régimen de Sadam Husein.

En 2014, EI irrumpió con fuerza en la realidad iraquí con una violencia que anonadó al mundo entero. El colapso del nuevo Ejército iraquí ante el EI, y el terror y la brutalidad que estos desplegaron en su conquista de amplios territorios en el norte del país, obligaron a actuar nuevamente a EE.UU., que intervino en esta auténtica guerra civil para ayudar al gobierno de Bagdad.

La guerra se apaciguó tan solo en 2018, con la aniquilación de los últimos reductos de EI en el país. La fragmentación sectaria pervive aún, y eso complica la conformación de gobiernos estables y el desarrollo democrático, si bien por primera vez en décadas los iraquíes comienzan a reportar una relativa tranquilidad.