ntre 2001 y 2012 alrededor de 1.000 ciudadanos afganos obtuvieron visados de residencia en los Estados Unidos. A partir de 2008 se comenzaron a otorgar visas especiales para inmigrantes (SIV) destinadas a aquellas personas que habían sido empleadas por el Gobierno de los Estados Unidos y, en 2014, el número de visas otorgadas anualmente aumentó a casi 8.000, y a más de 18.000 en 2017. Durante los veinte años de guerra más de 97.000 ciudadanos afganos han sido "reasentados" en los Estados Unidos según datos del Departamento de Estado. Según un informe de The New York Times, se han administrado otros 50.000 "reasentamientos", y 31.000 peticiones más están siendo procesadas. Esto supone un contingente migratorio de algo más de 175.000 personas.
California ha sido el estado que ha recibido la mayor cantidad de inmigrantes afganos, 31.000, la mayoría llegados en tiempo de guerra. Esto representa más del doble que el siguiente estado de recepción, Texas. Virginia ha sido el punto de llegada de miles de refugiados y receptores de SIV. Otros estados con altas tasas de reasentamiento son Maryland, Washington e Idaho. Aquí en Nevada se han registrado 639 reasentamientos, de los cuales 461 fueron beneficiarios de SIV y 178 refugiados.
Como beneficiarios de SIV o como refugiados, los recién llegados obtienen el estatus de residente legal permanente (LPR) y la correspondiente Green card. A partir de ahí, pueden solicitar la ciudadanía estadounidense tras haber residido durante cinco años en la república. Bajo la coordinación del Departamento de Estado, nueve agencias de reasentamiento participan en el Programa de Recepción y Colocación (R&P) que actúa en colaboración con un gran número de oficinas afiliadas de asistencia a los inmigrantes.
Inicialmente, los inmigrantes tienen derecho a programas de asistencia al reasentamiento y otros beneficios al amparo del Programa de Admisión de Refugiados (USRAP). Las agencias de reasentamiento son responsables de brindar la asistencia y el apoyo necesarios durante los primeros 90 días después de su llegada. Esto es, las agencias les ayudarán a recibir fondos del gobierno para hacer frente a los gastos de alquiler y otras necesidades básicas durante tres meses. Tan sólo parte de los fondos se entrega en efectivo. De esta manera tienen acceso a los servicios más urgentes, tales como servicios sociales, asistencia médica, y cupones de alimentos, si fuera necesario. Se asegura la matriculación escolar de los menores y se ayuda a los refugiados a acceder a clases de inglés para extranjeros. Yo mismo aprendí mis primeras palabras de inglés en una de estas escuelas gratuitas en Providence (Rhode Island).
El principal objetivo de la agencia es ayudar a los refugiados SIV a lograr la autosuficiencia económica lo más rápidamente posible. La agencia proporciona a los refugiados la información necesaria para el acceso a los servicios de empleo. Pero, si bien la agencia de reasentamiento ayuda a los refugiados en todo lo posible, es responsabilidad de cada uno encontrar y mantener su empleo. En suma, están solos en un país que desconocen por completo, sin hablar la lengua, y sin tener idea de cuáles son las leyes y las costumbres de su nuevo país de residencia. Muchos de ellos no volverán a saber de sus familiares y amigos en mucho tiempo, y la mayoría no los volverá a ver jamás. Sobre todo ello, para la mayoría de ellos vivir en este nuevo país no ha sido una decisión voluntaria sino forzada por las circunstancias. Tendrán que vivir con ello toda la vida. En estas circunstancias, pocos acceden a nuestras aulas.
¿Y las tropas? Más de 800.000 soldados prestaron servicio en Afganistán desde que comenzó la guerra. Como dijo Jason Dempsey, oficial del ejército que ha servido durante dos términos a Afganistán, "volvimos sin danza de la victoria", nadie ha anunciado que "nosotros teníamos razón y ellos estaban equivocados... ¿ha valido la pena?" La respuesta es contundente: No, ninguna guerra vale la pena; y sinceramente, ¿qué merece la muerte de decenas de miles de seres humanos? Aquí en Nevada, más de 1.250 soldados de la Guardia Nacional del estado han servido en Afganistán en 19 diferentes despliegues además de algo más de 700 oficiales de las fuerzas aéreas. Algunos de ellos están en nuestras clases.
Hace no más de cuatro años estaba explicando la actividad y la mecánica de los pelotones de fusilamiento y las ejecuciones de civiles en el curso de la guerra. La clase estaba a rebosar, y es normal ver a algunos alumnos llorar. Unos disimulan sus lágrimas, otros no tanto. Pero aquel alumno lloraba de una forma realmente desgarradora. No dije nada. Hice un paréntesis y dejé salir a toda la clase. Volví a los cinco minutos y retomé la sesión. Seguía llorando. Tuve que hacer una nueva pausa y le invité a salir del auditorium. Al cabo de media hora fui a hablar con él. Tenía unos 35 años y sus trenzas tipo Bohemian Box cayendo sobre una larga camiseta teñida con RIT en tonos naranjas y blancos era todo lo que necesitaba para hacer una declaración de moda y de valores de choque. Pero no podía hablar, seguía sollozando. Tras un buen rato me contó su historia. Había sido coronel de marines. Su especialidad era la de llevar a oficiales a zonas de montaña deshabitadas, sin equipo, comida ni bebida, y enseñarles a sobrevivir. Una tarea muy especializada, de ahí su rango a tan corta edad. Un cierto día, entraba con su pelotón en una ciudad. Él iba al mando, abriendo camino, y sus hombres le seguían a ambos lados de la calle. Los cubrían dos francotiradores emplazados en las azoteas de los edificios que flanqueaban la calle. Cuando llegaba al final, apareció un talibán portando un lanzagranadas. Uno de los francotiradores lo derribó en el acto. Él estaba a tan sólo diez metros cuando otro talibán apareció para recoger el arma de su compañero muerto. Le gritó que no lo hiciera, pero era muy tarde; a unos cinco metros cayó, de un tiro en la cabeza. Era un niño, de no más de nueve años. Tuvo que recoger su cadáver. El viaje al depósito duró 40 minutos, exactamente. Tras eso su vida se convirtió en un ocaso de adicción. Pidió la licencia y se retiró a una diminuta isla del Pacífico, sin apenas medios y sin acceso al alcohol. Su especialidad le ayudó a recuperarse, pero le costó tres años. Y así llegó a Boise State, y entró en mi clase. Me ha pasado dos veces.
El mayor problema al que tiene que hacer frente un soldado que se inserta a la vida civil es su pasado, es la guerra y el horrible conjunto de circunstancias que rodean la vida de un soldado. Para hacer frente al futuro tienen que aprender a actuar sin recibir órdenes, y eso es muy difícil. En sus años de servicio se les asigna incluso la ropa que deben usar a diario y por difícil que resulte de entender, es difícil para muchos de ellos elegir. Elegir, por ejemplo, el tema de un trabajo de curso. Habiendo aprendido a obedecer y habiendo vivido en la obediencia, es preciso aprender a preferir.
Para el senador Ted Cruz y muchos otros como él, el problema de la inmigración se soluciona con un muro, y el de la guerra, alimentándola. Pero las cicatrices de ésta y otras guerras tienen raíces muy profundas, inmensamente más complejas, que nos afectan a todos; y no hay más remedio que aceptarlo: el problema no es perder una guerra, la guerra es el problema.