rump ha hecho 30.573 afirmaciones falsas o engañosas en sus cuatro años como presidente. Casi la mitad en 2020, un año marcado por la pandemia física y moral de la república. Una media de 21 mentiras al día, y éstas son sólo las que el equipo del Washington Post liderado por Glenn Kessler ha podido impugnar y registrar. Pero de todas ellas ha habido dos que han trascendido: la banalización de la covid-19 y la denuncia de fraude electoral. Ambas han calado muy hondo y han iniciado un peligroso proceso de putrefacción política.
La impugnación de la plaga ha causado miles de muertos. Cuando aún no habíamos superado el dramático saldo de muertes tras la celebración de Thanksgiving, las navidades han supuesto un nuevo incentivo para la proliferación de esta peste. La irracional negativa de usar máscaras es el mejor aliado de un virus determinado a infectar a todos los miembros de nuestra especie: 86.353 muertos en diciembre y 95.642 en enero es el saldo. Tal como informó el New York Times, aun después de haber contraído el virus, a Trump tan sólo se le ocurrió presentarse a sí mismo como un Superman que había vencido a una enfermedad “a la cual no había que temer”. “Va a desaparecer; está desapareciendo…”, fueron algunas de sus últimas referencias a la pandemia como presidente. 461.960 es el número total de decesos por covid-19 hasta la fecha en el país.
Pero la segunda gran mentira de Trump también ha sido letal. Su indisposición con la verdad y la realidad le ha llevado a sostener que ha habido fraude electoral hasta el día de hoy. Más aún, el expresidente ha querido hacer del fraude electoral el eje de su defensa frente a la moción de censura. Tal absurdo ha causado la renuncia de los abogados Butch Bowers y Deborah Barbier que lideraban el equipo legal del expresidente el cual, en consecuencia, se halla descabezado a tan sólo una semana de que comience la vista.
Tampoco sus abogados personales Jay Sekulow y Jane y Marty Raskin han querido representar al expresidente. Todo esto es muy extraño si tenemos en cuenta que lo más probable es que la moción de censura no prospere, por lo que se trata de una casi cierta victoria legal.
La razón esgrimida por Bowers, Barbier y ahora por los abogados Josh Howard, Johnny Gasser y Greg Harris para abandonar la causa es que no quieren esgrimir la farsa del fraude electoral como argumento legal válido. Los cinco letrados entienden que Trump no quiere un juicio que tiene todas las posibilidades de ganar, sino que quiere utilizar la oportunidad que le brinda el Senado para montar una nueva y lamentable tramoya política. El precio que va a pagar la ciudadanía por la negativa del Partido Republicano de condenar a su líder va a ser aventar aún más la mística del fraude electoral, una mentira política que se ha esparcido como un virus, corroyendo los cimientos de la república.
Trump ha confirmado la validez de la ecuación política del populismo: M+P=I, esto es, retransmitir una media de veinte mentiras diarias (M) y mantener más de cincuenta millones de seguidores en Twitter (P) produce ingresos millonarios (I). Y el veneno de la mentira, que lo impregna todo, ha producido una reacción en cadena: Algunos de los candidatos que carecen de programa propio o de mejores medios de hacer política, se han lanzado a la arena como mercenarios electorales. Entre los nuevos gigantes de la escuadra republicana destacan Ted Cruz, Josh Hawley, Jim Jason y Marjorie Taylor Greene, que defendía con vehemencia que los incendios forestales de California habían sido causados por un láser espacial conducido por un grupo de banqueros judíos. Pero hay toda una comparsa de pequeños cabezudos atizando con sus vergas a la sombra de lo que queda de trumpismo, entre ellos Lindsay Graham y Kevin MacCarthy.
Uno de estos kilikis políticos trabaja en Arizona. Allí la representante republicana Shawnna Bolick presentó el 27 de enero un proyecto de ley que pretende corregir “el fraude electoral” otorgando a la cámara legislativa del estado la capacidad de revocar la certificación del voto popular. En la práctica esto supone convertir el voto en un mero ejercicio consultivo. El congresista demócrata Rubén Gallego ha afirmado que, si se aprueba el proyecto de ley, “intentará que sea eliminado en referéndum”. Pero la mentira ha hecho ya su daño y está erosionando uno de los pilares de la democracia, la validez del voto popular.
George Conway, cofundador del Proyecto Lincoln, cree que Trump ha hundido la credibilidad del Partido Republicano. “Creo que estamos viendo el colapso moral del partido”, afirmó. Pero esto no son buenas noticias para el Partido Demócrata. El problema es que la corrosión política a la que se enfrenta este partido y la notable reducción de su capacidad de obtener una victoria electoral a corto plazo, han alimentado al sector de extrema derecha que está haciendo todo lo posible por obtener victorias electorales mediante la subversión de la verdad y de la ley y, en consecuencia, del sistema democrático de gobierno.
Un ejemplo de esto es la reunión de los representantes republicanos el pasado 3 de febrero. La secta del elefante rojo se reunió para tratar dos “problemas” que consideraron homólogos: el voto en favor de la moción de censura de Trump de Liz Cheney (que en opinión de algunos es incompatible con su liderazgo del partido), y las delirantes teorías conspirativas de Taylor Greene (que en opinión de unos pocos son incompatibles con su participación en dos de los comités de la Cámara). Tras una agitada sesión a puerta cerrada y voto secreto, los republicanos de la Cámara de Representantes votaron 145 a 61 votos por mantener a Liz Cheney a la cabeza del partido y criticaron las afirmaciones de Taylor Green, pero se negaron a retirar a ésta de los comités. 61 votos de un total de 212 es el apoyo del bando trumpista en el partido, un 29%. Con la misma inteligencia política que el conspicuo Pilatos, la comparsa republicana ha dejado que sean los demócratas los que “censuren” a su candidata para luego criticar su falta de diálogo y el peligroso precedente que esto supone. En algo tienen razón, la censura de un candidato por el partido mayoritario supone que, en un futuro, ambos partidos van a poder esgrimir esta arma legal y destituir a cualquier candidato: y la democracia sale perdiendo.
Otra consecuencia del genio político de MacCarthy, que encabezó el akelarre republicano del día 3, es que ha hecho prácticamente imposible que la moción de censura de Trump prospere en el Senado y esto ha puesto en bandeja a este último una soberbia venganza política. Va a utilizar el foro para repetir sus mentiras sobre fraude electoral, haciendo lo único que sabe hacer: generar tanto ruido como sea necesario para alimentar el producto de su ecuación política, M+P=I.
La carencia de ilustración política de uno de los partidos puede y está corroyendo el conjunto del sistema. Hay quien habla de un desmoronamiento catastrófico del Partido Republicano. Yo no lo veo, pero veo algo más peligroso aún, el colapso de los valores sociales que alimentan a este partido, lo que puede agrietar aún más la cúpula del Congreso. El problema no es el colapso del Partido Republicano, sino el colapso de un sistema fundado en dos corrientes políticas que, a falta de una de las dos patas, cojea.