n la revolución cultural que está viviendo Estados Unidos, a cargo de personas o entidades más afines a los jacobinos de la Revolución Francesa que a los funcionarios maoístas que trataron de imponer a la población china un corsé intelectual al que Mao Tsepuso este nombre, el país está cambiando de tal manera que apenas sirven los parámetros que lo han regido desde la mitad del siglo pasado hasta ahora.
Elementos que han sido básicos para la conciencia del país, además de extraordinariamente lucrativos, van camino del olvido ante nuevas estructuras que se forman aquí con gran rapidez, dado el dinamismo de una sociedad con pocas rémoras, escasa tolerancia para el fracaso y una urgente exigencia de éxito rápido y decisivo.
Hay algunos ejemplos que pueden darnos idea de la revolución, tanto económica como cultural, que está viviendo Estados Unidos y que probablemente va en aumento, tanto en intensidad como en extensión, es decir, en las áreas que va a ir abarcando.
Uno de ellos es la vaca sagrada de la educación universitaria que, a diferencia de las escuelas, ha gozado de gran prestigio tanto dentro como fuera del país. La culminación de los esfuerzos progresistas por eliminar el prestigio personal de los académicos, ha llevado a estos centros de enseñanza supuestamente superior a convertirse en crisoles de experimentación social, donde los alumnos llegan más bien a enseñar -su rechazo ante conductas y expectativas tradiciones- que a aprender y cuando abandonan la facultad se llevan un título que ya no garantiza conocimientos académicos, por muchos miles de dólares que sus padres hayan pagado anualmente para conseguir la licenciatura.
En este país, donde el respeto a las tradiciones es mucho menor que en lugares de larga y apreciada historia, esta situación está llevando a un interés disminuido por las carreras universitarias. A más largo plazo -pero no mucho más largo- llevará también a un desdoro de la tradición académica norteamericana, y enormes pérdidas para las universidades que se quedarán sin estudiantes.
A fin de cuentas, el auge de las universidades del país es relativamente reciente, pues todavía no hace siglo y medio que los estudiantes de ingeniería o medicina tenían que aprender alemán para entender lo que impartían los catedráticos germanos en sus pintorescas ciudades universitarias.
El crecimiento económico norteamericano, especialmente en épocas en que los demás países occidentales trataban de recuperarse de guerras y crisis, cambió todo esto; mientras en Europa no había recursos, en las universidades de Estados Unidos había grandes centros de investigación. El país se convirtió en puntero, digno de admirar además porque sus licenciados se apuntaban victorias empresariales y sus científicos descubrían medicinas prodigiosas y ponían a punto cirugías revolucionarias como fueron las operaciones a corazón abierto o diversas maneras de aliviar las dolencias vasculares.
Todos estos adelantos justificaban, a ojos tanto de norteamericanos como extranjeros, una ineficiencia hospitalaria relativa que hacía económicamente prohibitivos los tratamientos y encarecía los costos de manera alarmante.
En el caso de las universidades, es difícil imaginar dónde y cómo podrá redimirlas la sociedad norteamericana, pero en cuestiones médicas el panorama es mucho más positivo: quizá haya otras formas de educar a las generaciones futuras, pero es difícil prolongar y mejorar la vida sin apoyarse en las ciencias médicas.
Así que ahora, azuzados por la penuria económica provocada por la pandemia del covid-19, el sector médico se está poniendo las pilas y creando algo que en Europa es tan frecuente pero en EEUU es sorprendente: unos ambulatorios para atender la mayoría de las quejas cotidianas, sin recurrir a los elevados costos de las salas de urgencia o de hospitales punteros.
Quienes se están lanzando a la nueva aventura lo hacen en el estilo norteamericano: no son los gobierno estatales ni el federal, sino las empresas privadas quienes tratan de hallar fórmulas económicamente viables y fáciles para el usuario. Y parece ser que, a la hora de ser de fácil acceso, los que mejor lo tienen son las que aquí llaman “droguerías”, algo distinto a lo que entendemos los españoles por una droguería, pero como su nombre indica tratan en “drugs”, lo que en Estados Unidos no se refiere a “drogas” la cocaína ni a la marihuana, sino a medicamentos con o sin receta médica.
Cada barrio tiene por lo menos una, y con frecuencia hasta dos o tres, empresas que compiten para vender a los vecinos aspirinas, antibióticos, pasta de dientes, cremas para la eterna juventud o blanqueadores para la colada.
Ahora, estas grandes droguerías (hay tan solo tres de gran envergadura nacional, que son CVS, Walgreens y Rite-Aid), quieren convertirse en ambulatorios. Aunque todas ellas han hecho algunos ensayos en este sentido, la primera en echarse abiertamente al ruedo es Walgreens, que ha anunciado ya sus planes de contratar médicos para que hagan consultas en sus farmacias-droguerías.
En España, donde tanta gente pide consejo al farmacéutico para curar una gripe, resolver un problema digestivo y aliviar un dolor repentino, semejante uso de los médicos en las farmacias quizá no sería tan revolucionario, pero aquí la medicina es una vaca sagrada, donde los farmacéuticos jamás expresan una opinión por temor al largo brazo de los juristas que pueden acusarlos de influir de manera indebidamente en sus clientes -o de quitar negocio a los médicos- y semejante cambio es toda una revolución socioeconómica.
Esto no significa que los norteamericanos se estén volviendo más europeos, porque la tendencia actual de copiar desde Europa una sociedad que todos ridiculizan y condenan, no lleva trazas de amainar. Es casi seguro que seguiremos viendo a los jóvenes con gorras de béisbol al revés, las tiendas con nombres en inglés y la población vestida de forma desastrada
Y es fácil de comprender: más fàcil es copiar que pensar, y aún más fácil ir desaliñado que aseado. Y, en cualquier caso, la versión norteamericana de las tradiciones europeas tendrá un tono y un cariz distinto. O digamos, será americano y no europeo.