La semana pasada les prometí que íbamos a hablar de la elección de la nueva Directora General de la UNESCO. El proceso de elección ha sido una dura batalla diplomática. Les prometí que intentaríamos responder a algunas preguntas como, por ejemplo: ¿cómo se dio esa batalla?, ¿quién ha vencido?, ¿cómo y a qué precio se ha resuelto? Lo prometido, repetía mi querido abuelo, es deuda.
La todavía Directora General de la UNESCO, Irina Bokova, fue elegida en noviembre de 2009 y cuatro años después reelegida para un segundo mandato. Es ahora, el próximo viernes para ser exactos, que la Conferencia General de la UNESCO deberá ratificar el nombramiento de Audrey Azoulay como nueva Directora General.
Bokova fue la primera mujer al frente de la UNESCO y se hace difícil a día de hoy hacer una valoración de un mandato que ha estado marcado por 8 años de crisis económica y recortes presupuestarios. Para complicar la cosa, cuando todavía no había terminado de asentarse en su cargo, llegó la decisión de los EEUU de no pagar sus contribuciones.
En estas circunstancias es difícil pedir a nadie algo más que mantener el barco a flote. Y eso lo ha hecho. Querríamos que Irina Bokova hubiera modernizado la organización para hacerla ese referente intelectual y moral de la ONU, independiente, ágil, valiente e innovador que todos quisiéramos. Pero pedirle tanto, sin medios materiales, es seguramente injusto.
El proceso de elección de los máximos responsables de los organismos internacionales, la ONU incluida, eran hasta hace 10 años un proceso oscuro y controlado secretamente por las grandes potencias. En la última década se han dado pasos de cierta transparencia y apertura. Los procedimientos y las candidaturas se conocen con antelación y hay exámenes públicos. Lo hemos visto en el caso de la elección de António Guterres como secretario general de la ONU.
Para la UNESCO hemos tenido 9 candidaturas: 6 hombres y 3 mujeres. Si nos atenemos al principio de rotación geográfica tan querido por la ONU, el cargo tocaría en esta ocasión a un candidato del mundo árabe. Y no es por tanto casual que varios de los candidatos fueran de ese ámbito geográfico (o, si se prefiere, cultural): un catarí, un iraquí, una libanesa y una egipcia.
Hollande, justo antes de dejar la presidencia francesa, tomó una decisión sorprendente. Casi al cierre del plazo presentó la candidatura de su Ministra de Cultura, Audrey Azoulay, para escándalo e indignación de muchos países árabes, y no pocos de sus intelectuales, que lo consideraron una provocación. Además esta candidatura violaba la norma no escrita según la cual un Organismo Internacional de la ONU no debería ser dirigido por un nacional del país donde tiene radicada su sede central.
La UNESCO, en el contexto de la salida de Israel, debía cuidar con mucha sensibilidad el equilibrio árabe-israelí y, por ejemplo, los programa de memoria del holocausto o de lucha contra el antisemitismo. En ese momento la candidata francesa aparecía como una hija compleja y mestiza del Mediterráneo. Con orígenes e infancia marroquíes, nacionalidad, educación y profesionalidad francesa, y sangre judía parecía ser una combinación perfecta.
Macron asumió esta candidatura como propia y puso a sus servicios exteriores a trabajar, intercambiando votos con diversos países, entre ellos España, que fue de los primeros en apoyar esa candidatura. Hubo en el Consejo Ejecutivo de la UNESCO 5 rondas de votaciones en que poco a poco fueron cayendo candidatos hasta llegar tres a la final: el catarí, la egipcia y la francesa. El candidato catarí había liderado todas las rondas anteriores, pero en la última votación los votos egipcios fueron a parar a la francesa.
Las críticas árabes a la decisión de Hollande se ven ahora con otros ojos, dado que los países árabes no se pusieron de acuerdo en un candidato único que recabara simpatías amplias primero dentro de su grupo regional y luego entre el resto de países. El enfrentamiento entre Catar y otros países árabes restaba posibilidades al candidato catarí. Pero la candidata egipcia tampoco supo concitar más apoyos y Egipto se quedó, por segunda vez, a las puertas de una Dirección General de la UNESCO.
Así ha sido el contexto y la batalla diplomática. Pero esto ya es historia. A partir del próximo viernes tendremos una nueva Directora General de la UNESCO de un perfil cultural y artístico prometedor y que parece contar con sólidos apoyos internacionales, tanto diplomáticos como culturales. Le deseamos desde aquí la mayor de las suertes.