Las últimas elecciones presidenciales, que cuentan entre las más pasionales en la historia del país, las ganó Donald Trump a base de hacer la oferta más radical y simplista, la que en aquellos momentos más podía satisfacer la irritación y la capacidad de comprensión de una masa de ciudadanos sin la preparación intelectual necesaria para un análisis socio-político de los problemas actuales del país.
Cuando, después de semejante campaña, llegó la hora de asumir el poder, el magnate financiero convertido en presidente tenía todos los números para decepcionar a todo el mundo y hay señales de que es precisamente lo que va ocurriendo, pues no solo son constantes las críticas y denuncias de la oposición demócrata y los medios informativos progresistas, sino que incluso medios informativos tan conservadores como la cadena de televisión Fox se declaran decepcionados por algunas gestiones de Trump.
La última sorpresa en la gestión presidencial de Trump, el cese del director del FBI James Comey, es una muestra de los problemas que tiene para adaptar sus instintos empresariales a las necesidades de un hombre político, necesidades especialmente grandes cuando se trata del presidente norteamericano que ejerce una enorme influencia en las economías del mundo y en el equilibrio internacional.
Sin entrar en la validez de sus razones para destituirlo, la forma y el momento en que se hizo, mientras este investigaba la injerencia rusa en las elecciones ganadas por Trump, convirtió en inevitable la tormenta política que sacude a Washington y que pone en peligro los proyectos de reforma tan vitales para la supervivencia política de Trump, la salud del Partido Republicano, y las perspectivas económicas norteamericanas.
En un país como Estados Unidos, cuyas divisiones inevitables por territorio y tradiciones se han convertido ahora en un enfrentamiento cada vez más intransigente, la rama ejecutiva del gobierno tan solo puede tener éxito con un método de pequeños pasos. Esto significa llevar a cabo las gestiones imprescindibles, o las que considere prioritarias, de una forma casi imperceptible, sin llamar la atención y sin hurgar en las susceptibilidades de la otra mitad del país.
Trump se declaró sorprendido por las reacciones negativas al cese de Comey, un hombre al que Hillary Clinton, su rival demócrata en las elecciones presidenciales, considera responsable de su derrota. Lo cierto es que no han faltado críticas a Comey desde las filas demócratas, pero en cuanto Trump lo echó cambiaron totalmente y además de criticar la medida, la aprovechan para acusar a Trump de querer desprenderse de un funcionario que estaba a punto a descubrir los tapujos del presidente en sus relaciones con Moscú.
La Casa Blanca contribuyó con su inexperiencia a estos argumentos demócratas, pues fue cambiando las explicaciones de cuáles eran los motivos de Trump. Ahora, los demócratas piden un fiscal independiente para investigar la injerencia rusa en las elecciones norteamericanas, algo que les habría de permitir azuzar sospechas contra el equipo presidencial? con la esperanza de que influya en las elecciones legislativas del próximo año hasta el punto de que los republicanos pierdan su mayoría.
Tampoco tiene Trump alianzas con congresistas duchos en el toma y daca con sus correligionarios de intereses divergentes o incluso con los del partido rival. Su inexperiencia y falta de preparación en este terreno trae a la memoria los problemas de un presidente mucho más popular que él, dentro y fuera del país, que se enfrentaba a caminos cerrados constantemente: John Kennedy, que tan solo consiguió entrar en el panteón de héroes nacionales por haberse convertido en mártir al morir víctima de un atentado y porque sus promesas electorales las llevó a cabo quien fue su vicepresidente, el congresista de Texas Lyndon Johnson, quien sí sabía hilar fino en el complicado telar del Congreso.
A cualquier lector de diarios le resulta evidente con una simple ojeada el rechazo de Trump, al que dedican la mayor parte de los comentarios, pues sus rivales siguen en pie de guerra. El diario Washington Post, impreso en una ciudad que dio el 90,9% de sus votos a Hillary Clinton, dedicó esta semana un suplemento entero a los primeros 100 días de Trump, de cuyas 14 páginas lo único que podría entenderse como favorable al presidente es un análisis preguntándose si los demócratas sabrán aprovechar la oportunidad que su mal gobierno les presenta.
Más preocupante para Trump y su equipo ha de ser que el Wall Street Journal, de tendencia conservadora y cuyas críticas al magnate neoyorquino han quedado más que compensadas por sus comentarios positivos, también señale las debilidades de esta primera etapa y su inquietud por un futuro incierto. Mientras que el muy conservador Washington Times lamenta que Trump no cumpla con lo que esperaban de él.
El nuevo presidente, además de tener en pie de guerra contra él y su política a medio país, carece todavía justamente de los expertos que tanto necesita en la vida capitolina. Lo alarmante no es que haya llegado a la Casa Blanca sin ellos, sino que pasados ya los 100 días de ejercicio del poder no parece que vaya camino de tenerlos pronto.
Esto explica los repetidos fracasos de sus iniciativas, ya sean para órdenes ejecutivas o para una nueva legislación, con las que habría de poner en práctica las reformas prometidas durante la campaña electoral, además del fiasco en el cese de Comey.
Sus seguidores ya entendían durante esa campaña que sería difícil cumplir con todo, pero añadían que se conformaban si aplicaba una parte. De momento, esta parte se presenta como muy menguada: ni México lleva trazas de pagar por el muro entre ambos países? ni el muro se presenta como un proyecto a punto de empezar. Otro tanto se puede decir de su deseo de impedir la entrada de extranjeros de ciertos países, o de congelar el Tratado de Libre Comercio de Norteamérica, de cambiar las relaciones con Rusia, de ponerle los puntos sobre las íes a Corea del Norte, de obligar a los países de la OTAN a pagar.
Trump parecía abrir una brecha en su favor con la reforma sanitaria, porque tras un fracaso inicial la Cámara de Representantes llegó a un acuerdo para anular las reformas, pero el impulso que podría esperar de este logro ha quedado frenado en el debate en torno a Comey que envalentona a los demócratas que empiezan a ver como la retórica electoral de Trump cristaliza cada vez más en meras palabras que los hechos no pueden respaldar, o como la mordida del perro que mucho ladra.