hace 9 años, el recién elegido presidente Obama prometió muchos cambios, entre ellos “un nuevo comienzo” en las relaciones de Washington con Moscú. Casi lo mismo, aunque con otras palabras, aseguró el imprevisible candidato republicano de 2016, Donald Trump, quien nos anunciaba que pensaba colaborar con Rusia para enderezar los problemas del mundo.
Tanto Obama como Trump, desde distintas perspectivas políticas veían las limitaciones de la política tradicional norteamericana y aseguraban que traerían aires nuevos, sin dejarse contaminar por las rancias tradiciones de diplomáticos acartonados y funcionarios inmovilistas.
Pero sus promesas se desvanecieron y sus políticas cambiaron en cuanto se enfrentaron con algo tan irresistible como la realidad, que acaba demostrándose más potente que las promesas electorales: Si Estados Unidos ha seguido una política semejante frente a Rusia, a cargo de presidentes de ideologías diversas y a lo largo de distintas fases económicas, lo más probable es que simplemente han tenido que plegarse, como Obama o Trump, a las realidades del equilibro internacional.
La Guerra Fría no se pudo evitar, aunque el presidente Roosevelt entregase media Europa a los soviéticos y el “nuevo orden internacional” que se prometía el primer Bush no trajo gran armonía, quizá porque los apaños entre dos superpotencias no funcionan, por mucho que una sea rica y occidental, y la otra pobre y semi-asiática
El nuevo enfrentamiento con Moscú, que el secretario de Estado, Tillerson, no trató de ocultar durante su reciente visita al Kremlin, no es el único cambio de Trump desde que se mudó a la Casa Blanca: ni la OTAN es ya una institución caduca como antes decía, ni dice que México pagará por la nueva versión de la muralla china que se había de construir a lo largo de la frontera, ni que China sea el mayor manipulador en divisas, ni que el Nafta (tratado de libre comercio de Norteamérica) esté en vías de desaparición. Apenas oímos la famosa frase de America First, que tantos temían iba a lanzar una nueva era de aislacionismo, aunque algunas veces Trump la siga usando en actos populares.
Menos imprevisible En realidad, ni siquiera vemos mucho del candidato flamígero, seguro de tener las mejores ideas y de imponer a su país y al resto del mundo las experiencias que le habían transformado de un rico hijo de papá, en un magnate de las finanzas inmobiliarias. De aquel indomable político recién estrenado hemos pasado a un hombre que habla mucho menos, que está cambiando su equipo de colaboradores y que adopta las prácticas de sus antecesores a la hora de leer discursos preparados por expertos en vez de decir lo primero que se le ocurre.
Es cierto que mantiene algunas de sus tácticas, como los mensajes enviados por tweet, pero son ahora muchos menos. La magnitud del cambio es evidente en la alarma de los medios informativos más conservadores como la cadena de televisión FOX: durante toda esta semana, sus comentaristas y presentadores se declararon alarmados por el cambio que observan en Trump y advierten que, si vuelve a las políticas globalizadoras y abandona sus promesas populistas, perderá al abigarrado electorado que le llevó a la Casa Blanca y su presidencia será un rápido fracaso.
Cambio de rumbo El giro de Trump ha sido tan rápido como sus intentos iniciales de cambiar de rumbo: no lleva ni cien días en la Casa Blanca, y en vez de trabajar en equipo con Rusia para derrotar al Estado Islámico (EI) acusa al Kremlin de complicidad en el uso de armas químicas en Siria. Lejos quedan ya los comentarios en que pedía a los servicios secretos rusos que investigaran a su rival Hillary Clinton, porque ahora lo que le ocupa es defenderse de las acusaciones de haber usado a Moscú para sus propios fines electorales. Ve claro que Rusia ni ayudará a Washington en su política del Oriente Próximo, ni en sus problemas con Corea del Norte, donde también va viendo que su errático gobernante Kim Jon-un no se apea de sus propósitos de asustar a Estados Unidos y sus aliados asiáticos.
Esto le lleva a los brazos de los tan vilipendiados chinos, a quienes Trump acusó de todas las trampas comerciales posibles con amenazas veladas de que perderían a su principal cliente. Ahora, en cambio Trump busca que China le ayude para contener las aventuras atómicas de Corea del Norte y Pekín, con su tradicional sentido práctico, le ha dado un hueso que roer al suspender las importaciones norcoreanas de carbón, en represalia por las pruebas nucleares de Pyongyang. Y esto no es solo un gesto diplomático, sino un posible mercado para el carbón norteamericano? extraído por los más fieles seguidores de Trump en Kentucky y West Virginia.
Donde el cauce aún no ha cambiado del todo es en los ríos internos: el equipo Trump sigue adelante con los preparativos para construir el muro en su frontera del sur. Aunque ya no hable de que México lo pagará y trata de ampliar los centros de deportación y el número de los jueces de inmigración. Pero aquí tal vez también habrá de pasar cuentas y dar marcha atrás, porque ni los congresistas y senadores quieren abrir el bolsillo para estos gastos, ni los empresarios encuentran substitutos para los millones de indocumentados que recogen cosechas, despluman gallinas y sacrifican ganado. Y Trump necesita a ambos: los unos porque tienen la llave de la caja fuerte y los otros porque ponen el dinero en la caja.