EL anuncio por parte de Hamás de su intención de firmar el Documento de El Cairo y, por tanto, reconciliarse con Al Fatah, pilló por sorpresa hasta a la misma Autoridad Nacional Palestina (ANP). Ésta se apresuró a confirmar el compromiso de ambas facciones de crear un gobierno de unidad nacional de transición con vistas a la celebración de elecciones antes de un año, y su presidente, Mahmoud Abbas, señalaba la reconstrucción de Gaza como uno de los propósitos principales del nuevo ejecutivo. Hamás reducía ayer de nuevo el número de escépticos con el anuncio de su líder, Ismail Haniyeh, de que su gobierno estaba preparado para disolverse con el fin de allanar el terreno a la reconciliación nacional palestina.
Tras cuatro años de violenta y enraizada rivalidad, los eventos más recientes han acelerado de repente la necesidad del grupo islamista de mantenerse al lado de su enemigo laico. Hamás vio en las revueltas de los países árabes una plataforma sobre la que enarbolar su causa y, tras la caída de Hosni Mubarak, puso todas sus esperanzas en un posible nuevo gobierno formado o, incluso, gobernado por los Hermanos Musulmanes, con los que podría aliarse y pasar de ser un débil gobierno bajo un asfixiante bloqueo a una potencia regional. Pero la escalada de violencia protagonizada con Israel durante las últimas semanas no llegó tan lejos como para que los manifestantes de las revueltas de otros países le prestasen atención e incluyesen lemas pro Gaza en sus carteles reivindicativos, y sus ilusiones con respecto a una alianza con Egipto se desvanecieron con la permanencia del Ejército en el gobierno de transición.
La malas noticias para Hamás se fueron sucediendo: hace tres semanas, el juez Richard Goldstone se retractó de varios de los cargos contra Israel contenidos en su informe sobre la Flotilla, dejando al gobierno de Gaza sin lo que consideraba uno de sus grandes logros. Poco después, su autoridad sobre la franja era puesta en duda por los grupos salafistas que secuestraron y asesinaron al activista italiano Vittorio Arrigoni, que trabajaba voluntariamente contra el bloqueo de Gaza. La guinda la puso el propio líder del politburó de Hamás exiliado en Damasco, Jaled Meshal, quien, hace dos semanas, declaró su apoyo al presidente sirio Bashar Al Assad en un comunicado. En vista del auge de la revuelta siria y de la condena de la violenta reacción del régimen por parte de la Comunidad Internacional -algo que Meshal no hizo- el líder islamista ha anunciado su traslado a Catar.
Por su parte, el líder de la ANP, Mahmoud Abbas, se ha pasado los últimos meses intentando recabar el mayor número posible de apoyos a un futuro estado palestino en las fronteras de 1967, que podría intentar obtener mediante una votación de la Asamblea General de Naciones Unidas en septiembre; pero ha perdido a su principal aliado y protector, Hosni Mubarak, y sus sucesores, muchos de ellos pertenecientes al antiguo régimen, estaban necesitados de un logro que presentar a una población que aún no está convencida de sus intenciones democratizadoras. A Egipto le interesaba neutralizar a Hamás antes del imprevisible resultado de las próximas elecciones; aprovechó el momento y, matando dos pájaros de un tiro, lo volvió a echar en brazos de Al Fatah.
El ejecutivo israelí se ha apresurado a advertir de que "el gobierno de unidad resultante de la reconciliación debe reconocer a Israel y los tratados firmados entre éste y la OLP". Parece una zancadilla a la paz entre facciones, pero en realidad no lo es tanto: Hamás ha declarado en multitud de ocasiones que aceptaría un tratado de paz basado en las fronteras de 1967, y de hecho, aceptar a la ANP significa aceptar el tratado de Oslo (en el que la ANP fue creada), y este tratado incluye el reconocimiento de Israel y de la OLP.
Mientras, en Israel y Palestina las opiniones han comenzado a fluir. Gideon Doron, profesor de Ciencias Políticas en la Universidad de Tel Aviv, cree que la razón por la que Hamás ha decidido firmar el documento de El Cairo "es porque sus actividades terroristas se han quedado sin sus aliados tradicionales, y unirse a la OLP le traería muchas ventajas".
Los motivos de las facciones para firmar la reconciliación se centran más en "el miedo de los líderes a que se produzcan manifestaciones similares a las de Egipto y Túnez en los territorios palestinos", argumenta el activista palestino Salah, que permaneció en huelga de hambre por la unidad durante una semana en Ramala. A pesar de las últimas noticias, Salah no se fía del resultado final: "La semana pasada, muchos de los activistas que se manifestaban en la tienda de campaña de Belén fueron arrestados; hasta que no sintamos la libertad y veamos a todos los presos políticos de ambos bandos salir a la calle, no nos creeremos nada", asegura.
Raji Sourani, fundador y director del Centro Palestino para los Derechos Humanos atribuye la mayor parte del mérito a Egipto: "Tras la caída de Mubarak, que era un broker de Estados Unidos e Israel, las mediaciones de Egipto han sido reales". En cuanto a las partes enfrentadas, "creo que los dos partidos se han dado cuenta de que estaban cometiendo un suicidio político; Abbas finalmente se ha dado cuenta de que los americanos no tienen nada que ofrecerle y Hamás ha preferido huir de su aislamiento y acercarse a la legitimidad internacional de Abbas".
Según Jeff Halper, director del Comité Israelí Contra la Demolición de Casas, "Abbas es de los pocos miembros de la ANP que sigue creyendo en las negociaciones con Israel; seguramente hubiera preferido seguir negociando y mantener a Hamás a un lado, pero éste ha hecho el movimiento por su cuenta y Al Fatah no ha tenido más remedio que aceptar la reconciliación".
La reacción israelí Horas después del anuncio de la reconciliación, el presidente de Israel, Simon Peres, lo calificó de "error fatal" y de "sabotaje a la paz", mientras que el primer ministro, Benjamin Netanyahu, trataba de poner a Abbas entre la espada y la pared dándole a elegir entre "Israel y Hamás, entre la paz y el terrorismo". Efectivamente, la coalición del Likud de Netanyahu está formada por grupos de extrema derecha a cuyas aspiraciones sionistas les convenía mantener al enemigo dividido y alejado de cualquier posibilidad de independencia.
Según Gideon Doron, "el gobierno de Israel ha reaccionado fingiendo estar asustado para salvar su coalición política con los partidos de extrema derecha". Aunque expresa su temor a los acontecimientos por venir, no descarta que "la reconciliación resulte a largo plazo positiva para Israel si se logra instaurar una democracia estable en Palestina, pero Netanyahu ha preferido asustar a la población con tal de mantenerse en el poder".