El Cairo. Los manifestantes de la plaza de Tahrir dieron ayer una contundente respuesta a las reformas propuestas por el régimen de Hosni Mubarak. Justo cuando comenzaba la tercera semana de protestas, cientos de miles de egipcios secundaron una de las manifestaciones más multitudinarias desde que comenzó la revuelta con una idea en común: no piensan dejar a medias la revolución que comenzaron el pasado 25 de enero.

El vicepresidente egipcio, Omar Suleimán, encargado de llevar a cabo las negociaciones con la oposición, anunció ayer que el Gobierno egipcio tiene un plan para un traspaso de poder pacífico, nombró una comisión para la reforma de la Constitución y prometió que no se perseguirá a los manifestantes. La respuesta de Tahrir no se hizo esperar y tenía forma de una manifestación masiva, la más multitudinaria hasta ahora, que se extendió a otras zonas de la ciudad, como el edificio del Parlamento. Mubarak y su Gobierno siguen tomándose su tiempo para decidir sobre el futuro, pero, en Tahrir, los manifestantes expresan, tan claramente como el primer día, su deseo: "Mubarak y su Gobierno tienen que irse y nosotros tenemos que obtener todos y cada uno de nuestros derechos. Ya hemos pasado lo más difícil. No vamos a dar ni un paso atrás y desde luego no nos conformamos con un poco de maquillaje", manifestaba Mohammed Ahmed, profesor universitario de inglés.

Obstáculos a la prensa Los periodistas y demás extranjeros se veían ayer sorprendidos en las entradas a la plaza por la nueva medida tomada por el Gobierno: exigir un permiso especial del Ministerio de Información para poder acceder al interior. La vaga e inverosímil razón que proporcionaba el soldado en el acceso del puente Qasr el Nile era que "la Policía detuvo ayer (por el lunes) a unos espías en la plaza, y el permiso es para proteger a los manifestantes". Frente al edificio de la televisión estatal, próximo a Tahrir, los periodistas iban llegando en goteo para informarse del proceso. En condiciones normales, el permiso tarda dos días en tramitarse. "Pero ahora que todos los periodistas vienen a la vez, puede tardar una semana", apuntaba una fotógrafa freelance estadounidense residente en El Cairo. "Quieren tener a todo el mundo controlado, de forma que si haces algo que no les gusta, sepan dónde ir a buscarte", añadía. Asegura que "en el año y medio que he vivido aquí, han venido a arrestarme varias veces. La única parte buena de obtener todos los permisos es que, si te arrestan, por lo menos puedes llamar a tu embajada y defenderte". En el interior de la plaza, el festival antiMubarak crecía por momentos. Desde los altavoces llegaban las voces de ánimo a la multitud para seguir en la plaza de los improvisados locutores que se iban pasando el micrófono. Otros adaptaban las letras de las canciones del folklore egipcio a sus peticiones, mientras grupos de jóvenes hacían congas alrededor de la plaza coreando consignas. "Nos hemos traído mantas cuando antes traíamos periódicos, y traemos camping gas cuando antes traíamos unas galletas. Hemos venido a aguantar lo que haga falta", anunciaba Shadi, estudiante universitario.

Por la tarde, el considerado el inspirador de la revolución a través de las redes sociales, Wael Ghonim, y detenido durante 12 días, era recibido en la plaza como un héroe. "No soy un héroe, vosotros sois los héroes, sois vosotros los que seguís aquí en la plaza", dijo a la multitud. "Hace falta que insistáis para que nuestras reivindicaciones sean satisfechas. Por nuestros mártires, hace falta que insistamos", añadió.

Entre los presentes, la gente explicaba por qué Mubarak no ha abandonado aún el poder: "Quiere salvar la cara y preparar todo para que los que vengan puedan seguir robando", decía Salah, padre de familia. "Quiere tiempo para poder salvar toda su fortuna en los bancos de Suiza", decía Yusef, estudiante de español en el Instituto Cervantes. Según Mahmoud, recién llegado desde Italia para unirse a la manifestación, "tiene miedo de dimitir porque si lo hace y se queda en Egipto, los jueces lo meterán en la cárcel".

Los manifestantes de Tahrir se resistían a pensar que en el exterior de la plaza la gente no les apoya. "Cada persona que está en la plaza representa a otros cuatro que, o bien porque son mujeres que tienen que cuidar de los niños o bien porque son amigos que tienen que trabajar, no han podido venir", asegura Mohammed, técnico informático. Otros explican la ausencia de más gente diciendo que "solo quieren seguir con sus vidas normales, porque no se dan cuenta de que después de la revolución van a tener una vida mejor".

Pasadas las 16.00 horas, los cientos de personas que se agolpaban en las principales entradas a la plaza, la calle del Museo y el puente Qasr el Nil, esperando a entrar, compartían calzada con aquellos que, hasta el comienzo de la revuelta, vivían de los turistas que rondaban por la zona. Los paseos en faluca (barco de vela) volvían a ser ofrecidos a orillas del Nilo y una decena de carros de caballos se encontraban estacionados en los lados de la carretera del puente. En la plaza de Tahrir, nadie tiene intención de tirar la toalla. "El Gobierno de Mubarak ha sido como un barco que atracaba donde quería, pero ahora están todos aislados en el barco y por su mismo peso se va a hundir", aseguraba Abdu, periodista independiente detenido varias veces por el régimen.