Pensaba que mi umbral de sorpresa en lo que a Isabel Díaz Ayuso se refiere estaba fuera de órbita. Sin embargo, las últimas declaraciones de la lideresa me han vuelto a dejar con la boca abierta. Debería estar curado de espanto en tiempos en los que algunos compiten por decir la mayor burrada que se viralice y ocupe titulares en los mil y un programas que entretienen con la actualidad como excusa, pero me alegro de no haber perdido la capacidad de indignarme ante declaraciones nauseabundas como las de Ayuso sobre la flotilla humanitaria que pretendía arribar a Gaza. “Si la ‘asamblea de la facultad flotante’ creyera que Israel es genocida no hubieran ido, pero ya se han dado el baño y, a partir de ahora, subvenciones para sus chiringuitos, ya se han hecho su agosto”, soltó la rock star del PP más diestro en la Asamblea madrileña. Se cree el ladrón que todos son de su condición y, al margen de seguir engatusando al lobby sionista que extiende sus tentáculos por España, Ayuso demuestra varias cosas y ninguna buena. Por un lado una bajeza moral impropia, al menos en tiempos pasados, para un regidor público. Y por otro, la incapacidad de comprender que haya gente dispuesta a jugarse el tipo por una causa justa. Cuando se vive de prestado y te rodeas de comisionistas y defraudadores es difícil asumir que hay quien es capaz de actuar por altruismo.
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