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Mesa de Redacción

Miren Ibáñez

Los patos de Central Park

¿Sigue siendo El guardián entre el centeno referente de lectura de la adolescencia? (Abro paréntesis digresivo: qué maravillosa controversia la desatada a cuenta de la estantería de la influencer María Pombo y su ya conocido grito de guerra “no sois mejores porque os guste leer”; los haters han tenido un pimpampum al que atizar sin piedad y ella, no sin sufrir ataques fuera de toda medida, ha ganado tráfico en redes, todos contentos). Pues eso, que venía caminando a trabajar y me he acordado de los patos de Central Park. El curso ha empezado por estas calles con la nueva zona OTA y donde antes era tarea titánica encontrar un hueco para aparcar ahora se ven plazas vacías por doquier perfectamente enmarcadas por sus líneas verdes. Es curioso como algo de pintura –bueno, pinturas, que nuestras ciudades empiezan a parecer un muestrario de Pantone– modifica el paisaje de una ciudad y las costumbres de sus habitantes. El personaje de Salinger se preguntaba adónde iban los mencionados patos cuando llegaba el frío y yo, dónde están todos aquellos coches que llenaban este entorno hasta hace nada. ¿Un barrio más allá, quizá, donde el brochazo de color –y el parquímetro– no ha llegado aún? ¿Duermen el sueño de los justos en el garaje de casa? Los coches se han convertido, por un momento, en los patos de Central Park.