Nos suele pasar siempre por estas fechas. Desde el fin de semana a nuestro querido templo del cortado mañanero van volviendo, como goteo malayo, varios de los habituales que nos han abandonado vilmente desde comienzos de mes. Pena dan las caras de los que están volviendo a currar. Pero peor es la de los viejillos que durante unas semanas se han olvidado de los nietos y están empezando a ver la llegada del Armagedón con el inicio de curso.
Tenemos a primerizos en lo del periodo de adaptación y, por lo tanto, los veteranos en esas lides ya han comenzado con las sesiones de coaching para ir mentalizando a los padawan de la que les viene encima. Hasta nuestro escanciador de café y otras sustancias nos ha vuelto con la jeta más mustia de lo habitual. Ha estado alejado de nosotros más semanas que otros veranos y estamos sospechando que está con depresión posvacacional porque desde el lunes no ha dicho ni un mísero taco ni se ha acordado de todo el santoral. Por contra, eso sí, el becario –o sea, su hijo–, un servidor y alguno más de la parroquia estamos con la sonrisa puesta cada día que pasa. Ahora nos toca a nosotros coger las de Villadiego. Se nos ha insultado gravemente un par de veces al recordarlo. La envidia, que es muy mala.