Sí, lo sé. Es muy socorrido escribir del calor que nos está asfixiando estos días. Pero, dada la magnitud del acontecimiento, me parece de recibo hacerlo. El caso es que mientras hilvano estas cuatro líneas tengo la sensación de haberme convertido en un helado que se licúa expuesto a una llama incandescente. Sí, derretirse, hasta la fecha, no estaba incluido en ningún vademécum como síntoma de enfermedad humana. Quizás, desde la presente ola de calor, histórica nuevamente por sus consecuencias y topes de temperaturas superados, también en este territorio histórico, habrá que recoger esta nueva derivada como posibilidad y parte extra del proceso de cambio climático llamado a acabar con la humanidad. Por mucho que lo nieguen los cuatro mequetrefes que insisten en las webs, redes, blogs, podcasts y otras modalidades cibernéticas más escoradas hacia el monte, la realidad es tan tozuda que parece imposible negar la mayor. Y, si después de subsistir en estas condiciones todavía queda algún negacionista del infierno climático que nos espera, es que el problema en su sesera es mucho más grave de lo que parecía y, seguramente, requerirá de atención médica urgente. En fin, que ya me desahogado y no me conviene acalorarme (aún más).