Hoy me ha dado por evocar los días de calor intenso y de calles tomadas por blusas y neskas. Apenas han pasado unas horas de todo aquello, y ya parece que fue hace mil años. Será porque uno tiene interiorizado aquello de que a partir del día 10 de agosto, la ciudad se adormece buscando unas semanas de tranquilidad para afrontar lo que resta de año y para recuperarse de la tralla festiva concentrada en seis días. Sin embargo, por mucho que uno interiorice, la realidad es demasiado tozuda para confirmar aquello de que Gasteiz se borraba del mapa una vez despedido Celedón. Es cierto que hay barrios en los que abundan carteles que avisan del cierre de comercios y servicios hasta el mes de septiembre por vacaciones. También es cierto que las instituciones clausuran ventanillas de atención y que, rebuscando, es posible encontrar hasta una plaza de aparcamiento en el centro del Ensanche. Pero la actividad sigue. Hay gente que trabaja, bares que se permiten el lujo de desplegar terrazas para facilitar un rato de asueto a su clientela, tiendas con género a la espera de la llegada de compradores, que los hay, y hoteles con las puertas abiertas de par en par para el acceso de turistas que, mapa en mano, empiezan a ser parte del paisaje urbano.