Escribía por aquí el otro día que pretender seguir al minuto la guerra arancelaria de Donald Trump era convertirse en el coyote a la caza del correcaminos, vamos, tarea baldía. La hiperinflación de cambios de rumbo y conejos en la chistera de su administración tiene mucho de vencernos por saturación, me temo, pero no por ello deja de alcanzar cotas flipantes. Recordarán que Elon Musk salió dando un portazo del gobierno de Trump y que en estos menos de dos meses ambos han intercambiado fuego de destrucción masiva. Pues bien, el Departamento de Defensa estadounidense acaba de anunciar un contrato militar de hasta 200 millones de dólares con xAI, creadora de Grok, el chatbot de inteligencia artificial de X, ambas compañías propiedad de Musk. Y la noticia del contrato se conoce apenas unos días después de que Grok difundiera abiertamente loas a Adolf Hitler, mensajes antisemitas y teorías racistas. También hace unos días que Trump aprobó su “bella” ley fiscal que dejará sin cobertura sanitaria a millones de estadounidenses. A todas luces, y sin entrar en el corte filonazi desplegado por Grok que ya merecería por sí solo una alarma general, cabría cuando menos una reflexión sobre dudas de conflictos de interés y ética en la asignación de ese contrato. Ahora bien, a estas alturas de la película hablar de ética parece buscar el santo grial.