La verdad es que estoy perplejo. Mientras escribo estas cuatro líneas, la radio que tengo al lado emite una tertulia en la que, incluso, hay quien disculpa en parte lo que está haciendo Israel en la franja de Gaza. Supongo que de todo tiene que haber en la viña del Señor, pero la panoplia de excusas que se pergeñan para eludir denominar genocidio a lo que acontece en aquellas latitudes me parece un ejercicio máximo de cinismo. Creo que la única manera de entenderse, en este y en otros acontecimientos, es llamar a cada cosa, circunstancia o persona con su denominación específica y concreta. Sin eufemismos ni medias tintas. Si a un grupo terrorista que ha matado a miles de inocentes se le llama organización política y paramilitar es faltar a la realidad. Si a un país que ha masacrado a 54.000 personas se le considera víctima de un eventual antisemitismo universal y liberado de cualquier atadura para poder esparcir dolor y muerte es hacer un ejercicio de funambulismo dialéctico sin parangón. Supongo que nada de esto será aceptado por quien no quiere ver la realidad más allá de posicionamientos propios. Y así nos va. Los humanos vivimos en un planeta que hemos llevado a la ebullición y al que le falta un ápice para desbordarse de la cazuela.
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