Estoy desde hace diez minutos sacudiéndome con frenesí una de las perneras de mis pantalones, al parecer, damnificada por una inmisericorde salpicadura surgida tras la presión de mi pisada sobre una de esas baldosas traicioneras y con mala baba nacidas para amargar el outfit del personal. No sé ni cómo ha ocurrido, aunque barrunto que el estado de ciertas aceras de la capital alavesa y ciertos patrones de losetas utilizadas con fruición por las diferentes administraciones municipales que han tenido a bien gobernar los designios de la capital alavesa tienen la culpa.
Como sé que no soy el único afectado de este tipo de chascos sobrevenidos, que además, acostumbran a llegar en aquellos momentos en los que se necesita estar lo más cerca posible de la imagen idílica de figurín, por aquello de la dictadura de las poses y de las convenciones impuestas por la sociedad, he pensado en crear una asociación de perjudicados por eventos como el citado. Sí, hasta ese punto ha llegado mi grado de ofuscación y no voy a ocultar que, tras comprobar que mi look ya es irrecuperable, hasta he pensado en buscar abogado. En fin, supongo que pensarán que me faltan varios hervores y que no sé cómo gestionar mis picos de frustración (y no les falta razón), pero entiéndanme, hay manchas que definen vidas enteras.