Me lo voy a empezar a creer. Esta pasada Semana Santa he escuchado decir a varios hosteleros de Gasteiz y a los responsables de varios agroturismos desperdigados por el territorio histórico de Álava que los días vacacionales han estado a tope, rozando el 100% de la capacidad de camas, y con las barras a tope de personal llegado de más abajo del Ebro e, incluso, de otros países. Al final, va a ser cuestión de tomarnos en serio a nosotros mismos y a nuestras capacidades que, por lo visto, empiezan a ser conocidas y reconocidas. Bien miradas, Vitoria y Álava no tienen mucho que envidiar a otras ubicaciones con una fama superior a la hora de concitar la atención del turismo. Aquí se come y se bebe como Dios manda, y encima, en cantidades capaces de saciar los estómagos más exigentes, y la hotelería –en todas sus vertientes, variables y opciones– es profesional, muy capacitada e, incluso, diferente a lo que se puede encontrar en ciudades-tipo. Seguro que el paso del tiempo y el buen hacer del sector y de las administraciones al respecto logra consolidar esta realidad. Si es así, se habrán abierto de par en par las puertas de un nicho de negocio y de trabajo que hasta la fecha estaba cerrado. Sin ánimo de querer pujar con Benidorm, el turismo empieza a ser una opción.