Entre excentricidades, amenazas, falsedades, medias verdades y salidas de tono, la verdad es que el segundo mandato de Donald Trump está siendo muy entretenido. Al menos, desde la barrera periodística desde este lado del Atlántico. La verdad es que el presidente de EEUU no acostumbra a dejar títere con cabeza, y le da lo mismo descomponer las alianzas estratégicas, militares y económicas tejidas durante décadas por su país o menear el tablero político internacional con discursos que, en ocasiones, asustan, y en otras, provocan hilaridad, pero no por su gracia, sino por la perplejidad que instalan entre sus interlocutores, incapaces de digerir según qué tesis presidenciales. Acostumbro a pensar que todo obedece a una estrategia ideada al milímetro en gabinetes de politólogos y estrategas excelentemente preparados para la gobernanza y las negociaciones al más alto nivel y que detrás de toda esta vorágine de intenciones, declaraciones grandilocuentes y malos modos hay una sutil intención política que sorprenderá a propios y extraños. Supongo que, dadas las circunstancias, es difícil de asumir que lo que parece un disparate de proporciones bíblicas sea todo lo contrario, pero llegados a esta encrucijada histórica, ¡qué más da!