Hay veces que a uno le hierve la sangre, y no necesariamente por un desenlace poco convencional de La isla de las tentaciones. Me refiero al fútbol. Queriendo o sin querer, cada vez que juega el Glorioso el cuerpo de este que escribe y suscribe esta breve reseña da señales de incomodidad esté donde esté. No logro concentrarme en nada, el interés por otras cuestiones se disipa y el ser futbolero se apodera de la psique y toma los mandos. Bien es cierto que desde el pasado mes de agosto, las alegrías en Mendizorroza las he tenido que racionar, porque no está siendo nada fácil disfrutar con el deporte y el equipo, ya que la temporada está siendo un poco complicada para los intereses del Deportivo Alavés, que pelea a brazo partido por salir de los puestos de descenso a Segunda División y que, por desgracia, se está topando con esa ley no escrita que dice que los errores arbitrales tienden a acompañar en mayor medida a los humildes de la competición. Sin llegar a la presión ejercida por quienes sí tienen poder en el balompié nacional, el club ya ha redactado cartas y elevado sus protestas ante lo grotesco de los errores de los trencillas, que le están costando media vida. Supongo que, llegados a este punto, solo nos queda rezar, y mucho, al Panteón futbolero para lograr consideración.
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