Creo que no invento nada si escribo que las redes sociales son una herramienta fenomenal y que, como en casi todo en la vida, su trascendencia depende del uso que se haga de ellas. A sus cualidades evidentes para facilitar la comunicación entre sus usuarios, hay que sumar su capacidad comercial y sus virtudes socializadoras. Ahora bien, hay ocasiones en las que parece que las carga el diablo con munición de insulto y de odio. Incluso, si me esfuerzo un poco, en estos momentos sería capaz de visualizar la cara del príncipe del infierno detrás de según que publicaciones o de aquellas alteraciones de las reglas del juego que modifican el espíritu de esta telaraña digital. En ambos casos, quien lo hace, sin ser la misma persona necesariamente, aunque sí la misma personalidad, logra el mismo objetivo: dar pábulo a discursos e intereses económicos y políticos muy concretos y muy ligados al poder real, que no siempre tiene que coincidir con el administrativo. Dicen que el demonio aparece con mil caras y mil nombres. En la Biblia aparece como Samael o Belial, además de bajo otras definiciones menos concretas y más melifluas, como el Dios negro o el gran dragón. En las redes, también. Piensen en alguien en concreto y seguro que aciertan.