La verdad es que pensaba dedicar estas líneas a desahogar la frustración que supone que haya sido reelegido presidente un señor que, entre otras medallas de las que presumir, lideró un intento de golpe de Estado, que es como se llama aquel folclórico y nada inocuo asalto al Capitolio en 2021. Pero resulta que me he topado con la efeméride del día: 35 años de la caída del Muro de Berlín. Qué caprichos tiene el calendario. De pronto, me he recordado en versión infantil, una cría delante de la tele sin acabar de entender muy bien qué estaba pasando, pero consciente de que aquello era una fiesta. Cayó el Muro, lo derribó la ciudadanía. Aquellos kilómetros de hormigón que habían dividido familias, una ciudad, un país, un continente y el planeta acabaron convertidos en trocitos repartidos por el orbe, incluso a la venta; capitalismo manda. Aquella noche asistimos a la Historia y la vida era hermosa. Una especie de feliz Nochevieja. No duró mucho, claro. Llegó la resaca. Y luego, alguna alegría y muchos golpes después, aquí estamos. Vamos, que como dijo aquél, lo único constante es el cambio. Me vienen a la cabeza dos apuntes: la infalible Ley de Murphy, si algo puede salir mal, saldrá mal; y Escarlata O’Hara: “Después de todo, mañana será otro día”.
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