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Mesa de Redacción

Txus Díez

La bienvenida

Recién llegado de las vacaciones, su ciudad le recibió como acostumbraba desde que tenía uso de razón, con un fresco viento del norte que erizaba los pelillos de sus antebrazos, ajados por el sol y el salitre del Mediterráneo. Y como de costumbre, una vez puestas las dos lavadoras de rigor y medianamente superado el duelo del forzado regreso a la realidad, se dio un garbeo por el centro. Apenas circulaban coches, las terrazas de las que se despidió en plenas fiestas estaban ahora vacías, y por un momento le vinieron a la memoria los tiempos de la pandemia, cuando en la calle no había nadie y el tiempo discurría como un armonioso adagio, y no como la frenética polka cuyos primeros compases ya se empiezan a dejar oír en la lontananza. Era aquella que le embargaba una tristeza apacible, llevadera, casi más que los accesos de euforia que a veces nos asaltan y que no son más que la válvula de escape a la adrenalina que segregamos para poder seguir corriendo sin descanso hacia no se sabe dónde. Y como todos los años, esa otoñal bienvenida no fue más que un espejismo, pues a las 48 horas el calor asfixiante ya anunciaba la probable llegada de un septiembre de sudor y moscas como drones.