Cuando llegan las benditas vacaciones, al igual que le sucede a cualquier currela que acumula casi un año sin parar en su profesión, siempre me propongo desconectar. El trajín al que nos vemos sometidos los periodistas deportivos de esta ciudad es muy intenso con varios equipos instalados en la élite y un sinfin de deportistas de otras disciplinas modestas que también merecen su cuota de reconocimiento y espacio en estas páginas. Sin embargo, existían fundadas sospechas en mi interior que este verano sería bien diferente con la celebración de los Juegos Olímpicos de París. Pues bien, por razones obvias las horas de “sillón ball” están siendo incontables pese a que el día invite a tomarse una caña por el barrio o un bañito en la piscina. Resulta imposible levantar el pandero del sillón. Mis uñas acaban en carne viva hasta con disciplinas minoritarias como el judo, waterpolo, boxeo, voley playa, bádminton –la cruel lesión de Carolina Marín aún me tiene desolado, por cierto–, tiro con arco... Mi sufridora mujer aguanta estoicamente carros y carretas, aunque los grandes aliados para que la sangre no llegue al río son mis hijos que están tan ‘enganchados’ como yo. Eso sí, la mayor me abrasa a preguntas sobre cualquier modalidad creyendo que soy una enciclopedia.
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