Ayer no esperaba que al comenzar mi jornada laboral lo primero que viera fueran un niño decapitado y otros tantos mutilados, pero a veces no elegimos cómo empieza el día. Algunas personas habrán dejado de leer este artículo inmediatamente ante tales imágenes mentales y otras pensarán que estoy exagerando, pero es la dura verdad. Así fue el ataque al campo de refugiados de Rafah, recogido en vídeos que circulan por redes sociales. Habrá quien piense que tras esta experiencia se me han quitado las ganas de llevar las RRSS del periódico durante un tiempo, pero es al revés. En las malas es cuando hay que darlo todo para cambiar la situación. Por eso esta columna está dedicada a todos esos periodistas que, como yo, están cansados de ver imágenes como estas. Es tan duro como terrible tratar con esto todos o casi todos los días, pero somos nosotros –junto con otros actores sociales– los que nos tenemos que asegurar de que las víctimas de estas atrocidades no sean ignoradas o, peor, manipuladas. A todos los periodistas y fotógrafos en la Franja, a los que informan de estas barbaridades en televisión, a los que resisten la presión de algunos grupos para no informar, a los verificadores… No os rindáis, demostrad que los palestinos no son invisibles.