Dice nuestro querido escanciador de café y otras sustancias que se nota el ambiente general mucho más relajado, que está todo de un lasai que hasta asusta después del periodo de reflexión presidencial. Sostiene, mientras no puede aguantar que le caigan dos lagrimones por las mejillas del descojono que lleva por dentro, que no solo la paz y el amor se han apoderado del clima político, sino que se palpa en la calle una tranquilidad, un sosiego, una hermandad y una concordia que vaticinan la entrada de la humanidad en el Valhalla. Está a la espera, o eso dice, de que los viejillos certifiquen el cambio de los tiempos accediendo a saltitos y juntos de la mano en nuestro amado templo del cortado mañanero, todos en alegre biribilketa cantando a pleno pulmón Aldapeko. Los abuelos, por lo menos en parte, discrepan, además con palabras gruesas, sobre las supuestas bondades de la reflexión que, desde Moncloa, ha invadido todos nuestro corazones y el estado general de las cosas. Para evitar discrepancias, una de las nietas ya posadolescente de uno de los aitites, ha propuesto a barman y clientes que le pegue cada uno un par de caladas a unos cigarritos happy que ella lía en un ti-ta. La idea no ha calado, salvo en un abuelete que ha preguntado si eso le puede venir bien para el reuma...
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