reza el aforismo que cualquier tiempo pasado fue mejor, sentencia tan redonda como falsa, pues todo depende del pasado y del presente de cada cual. Además, en puridad, el pasado es una cosa que no existe, pues la realidad no es más que el instante, el ahora. Ese pasado, esos pasados, son por tanto los recuerdos que atesoramos, las amistades que hemos forjado, el poso de las experiencias vividas, las consecuencias de nuestros actos y decisiones pretéritos, el resultado de los actos y decisiones de nuestros ancestros, o simplemente el fruto del azar. No es poca cosa todo esto, aunque el pasado no exista, porque es lo que nos ha hecho ser lo que somos y por tanto es tan ahora como este momento en el que escribo, que será pasado cuando abra usted esta página, pero que volverá a ser presente porque la estará leyendo. Así es como a veces ese pasado que ya no existe resurge tan vívido y real como cuando fue presente, y entonces nos damos cuenta de todo lo que significa para nosotros, y nos duele y nos da calor como entonces, y nos guía para conducirnos por un futuro que tampoco existe. Y por eso, de cuando en cuando, es saludable para el alma reunirse con quienes compartieron nuestro pasado, en nombre y memoria de los que ya no pueden hacerlo.