No son muy amigos los viejillos de nuestro amado templo del cortado mañanero de la cosa tecnológica. Incluso en pandemia costó lo suyo que se acostumbrasen a algunas cosas. Todavía se recuerda entre estas paredes una vídeollamada que terminó como el rosario de la Aurora ya que uno de los aitites se tomó en serio lo de brindar online y le metió tal hostia a la pantalla del móvil con un vaso de txikito high class que el teléfono terminó en Gardelegi. Pero eso no significa que a los abueletes no les atraigan ciertas cosas. De hecho, estamos metidos en una embolada de aupa el Erandio tras ver varios veteranos la noticia de que Biden se ha abierto un perfil en TikTok. Resulta que han descubierto que el becario –o sea, el hijo de nuestro querido escanciador de café y otras sustancias– tiene lo mismo que el presidente de los yankis y, oye, si el viejo más poderoso del mundo puede, dónde está escrito que los abueletes más sandungueros a este lado del Atlántico no. Pero quieren su versión. Es decir, si hay que hacer coreografías, vale, pero con canciones de Donnay. Si hay que responder preguntas a toda leche, vale, pero las del médico de Osakidetza. Si hay que ponerse filtros, vale, pero para ser más viejos. Vamos que, como al resto de la sociedad, lo de las nuevas tecnologías se les está yendo de las manos.