Este miércoles se cumplen dos años. 730 largos días sin apenas noticias. Dos veranos con sus vacaciones y dos Navidades con sus fechas especiales. Solo, casi aislado, a buen seguro sintiéndose víctima de una injusticia que le mantiene cautivo sin apenas reacción entre quienes podrían hacer algo. Miles de horas lejos de sus hijos, sufriendo por esos momentos que se escapan y no vuelven junto a familia y seres queridos. Dos interminables vueltas al calendario en una clara situación de indefensión jurídica en pleno corazón de Europa. Pablo González lleva dos años encarcelado en una prisión polaca acusado de espiar para Rusia. Una acusación inconcreta, con unas presuntas pruebas que desconoce su defensa y sin fecha todavía para el juicio, sufriendo una concatenación de ampliaciones de su prisión preventiva. Es la dura situación que está viviendo el periodista vasco de origen ruso desde que fuera detenido el 28 de febrero de 2022 en la frontera de Polonia con Ucrania, cuando cubría para distintos medios de comunicación la crisis humanitaria derivada de la invasión rusa. Una puñalada a la libertad de prensa y a los derechos humanos que prácticamente ha pasado desapercibida ante una ciudadanía presa de sus propias penurias, abrumada por el exceso de tragedias y anestesiada por las vías de escape que se regala para sobrellevar el día a día.