Rafa, eras alguien admirable por muchos motivos. Tu raza y tu espíritu de supervivencia a lo largo de tu carrera tenística me emocionaron. Pasé horas y horas delante del televisor para ver aquellas legendarias finales del Grand Slam ante Federer y Djokovic. Me levantaba del sofá con cada punto heroico. Pese a las lesiones, no perdiste ni un ápice de esa competitividad asombrosa que hizo de ti un deportista legendario. Transmitías unos valores de lo más sanos que agigantaban tu colosal figura. Eras un ejemplo para los niños. Ni siquiera tuve en cuenta la picaresca de que fueras contribuyente de la Hacienda guipuzcoana durante algún tiempo para pagar menos impuestos, algo sorprendente teniendo en cuenta que siempre has llevado la bandera de España con orgullo por todo el mundo y nadie duda a estas alturas de tu color político. Hablo maravillas de ti en pasado porque hoy en día has dilapidado buena parte de tu prestigio. Ya has dejado de ser ese supuesto hombre perfecto tras venderte a un régimen dictatorial que mata, censura, discrimina y entierra a las mujeres bajo un trapo negro del que más vale no asomar la cabeza. Y tus recientes declaraciones sobre la igualdad también han sido muy desafortunadas. Si quieres dar lecciones, mejor que sean únicamente de tenis.